Como era de esperar, mucha desesperación hay en Cuatro estaciones en La Habana. Entendámonos: dolor a la cubana. Desamparo emocional, sueños rotos en mil pedazos, confesiones en el fondo de la botella, pieles a la intemperie que buscan soledades para compartir. Es una serie policiaca alimentada por la prosa de Padura. Y hay casos criminales que resolver, pero sin prisas, con muchas pausas, nada de tiroteos fantásticos ni persecuciones en coches que taladran el asfalto. Todo a ras de tierra entre casas desdentadas de cuerpo arrugado, colores desfallecidos y puestas de sol llenas de salsa agridulce.

"Cuando nos pillaron con música americana nos acusaron de diversionismo ideológico". Hay críticas al régimen en clave menor, nada de púlpitos ideológicos, todo en plan melancólico, ay, la revolución, qué hicieron contigo, que quedó de nosotros. "Ocho horas de futuro luminoso y ocho horas de apagón". Eso, la ironía que no falte. Cicatrices para una (de)generación ¿escondida? No, más bien "jodida". Entre charletas de alcohol para quemar pesadillas y con las calles echando humo de madrugada se exponen las heridas ante los amigos del alma o las amantes de cama: "Casi nunca hago lo que quiero hacer". El protagonista, policía en sus ratos libres, es escritor funambulista cuando se siente cautivo en su casa con saco de boxeador. Y golpea las teclas furiosamente pariendo literatura con buena cintura.

"La Habana de tanto decaer se fue a la mierda". Diagnósticos así salpican los diálogos mientras se deslizan imágenes de la ciudad tomadas desde un dron, qué mosaico de urbe donde la vida se estremece en cada esquina. Lo que menos importa son las tramas policiacas. del montón. De asesinos por descubrir estamos bien servidos, gracias, queremos algo más, y la serie de Félix Viscarret lo tiene. No siempre con acierto, pero cuando da en el blanco es un gustazo. Qué bien los secundarios (ese veterano de Angola en silla de ruedas, ese jefe que se las sabe todas y todas saben mal), qué oportunos los amores perdidos (aunque haya algún momento que roce el ridículo, como cierta charla en bolas sobre Salinger o un concierto de saxo y sexo) con frases que hieren y curan al mismo tiempo. "¿Te enamoras tan rápido?" ¿A veces no me demoro tanto". Hay mucho humo de tabaco, coches que parecen a punto de perder las ruedas, bajos fondos, lluvia mojando los sentimientos, antiguas amantes que vuelven del pasado y la voz de Silvio Rodríguez lamiendo la memoria con sus versos dolientes. "Historias escuálidas y conmovedoras", eso quiere escribir Mario Conde, el policía resignado de prosa peleona, el boxeador que atiza a sus sombras y muerde la lona de una realidad en la que siempre pierden los mismos y siempre ganan los otros. Es Cuatro estaciones en La Habana una serie escuálida y conmovedora que se hace perdonar por defectos puntuales de guión (los desenlaces flojean) o penurias de producción, y ofrece un trabajo notable de Jorge Perugorría y unos secundarios que en su mayoría bordan sus papeles mojados en llanto y/ o en ron.