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El río de la muerte

Fernando González Molina aprendió el oficio en la pequeña pantalla con la vista puesta en la grande. Eso se nota a la legua: hay directores que se conforman con su carrera televisiva y otros aspiran a más. Pagó el peaje de rodar una comedieta insulsa como Fuga de cerebros (en remojo) y luego se convirtió en el ilustrador oficial del empalagoso Federico Moccia en Tres metros sobre el cielo y Tengo ganas de ti, logrando que la solvente factura visual impidiera sendas catástrofes. Con Palmeras en la nieve dio un evidente paso adelante, aunque el sometimiento a las reglas heredadas del "best seller" editorial le volvía a maniatar. Es ahora con El guardián invisible cuando González Molina logra desprenderse de parte de las cadenas (televisivas y literarias) para facturar su trabajo más eficaz. No están sus logros en la parte más policíaca de la historia, tan vista que se ve venir de lejos, sino en la construcción de una atmósfera envolvente y poderosa en la que se cruzan elementos mágicos y rurales con destreza. Ayudado por una banda sonora ajustada de Fernando Velázquez y sacando provecho a los paisajes navarros, el director se afilia a la corriente nórdica de "thrillers" helados con. Desigual reparto encabezado por una Marta Etura desigual y en el que sobresale una extraordinaria Elvira Mínguez y un guión que debería haber sido más preciso y menos rimbombante en algunos diálogos.

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