Rafael Álvarez "El Brujo" llegó a Avilés en coche -lo confesó anoche sobre la escena- y cargado con "Teresa o el sol por dentro", uno de los siete monólogos que tiene ahora en repertorio "por aquello del IVA del teatro", bromeó. Y con esa broma atrapó a los espectadores, que es una cosa que el actor cordobése sabe hacer tremendamente bien y desde hace la tira. Da igual que cuente la historia de Ulises, de Lázaro de Tormes o, como ayer, la de Santa Teresa de Jesús.

Hace años que descubrió que la fórmula era tan sencilla como efectiva: él solo ante el peligro y una historia de poso eterno. El peligro de los espectadores, sin embargo, lo disipa al segundo de salir el actor a escena. La buena historia no: se alarga durante hora y pico y convence, divierte y atrapa. "El Brujo" es el fuego de la caverna y también es la sombra reflejada. Y así lo vivieron los espectadores que anoche -lluvia pertinaz desde mediodía- se acercaron hasta el Niemeyer para disfrutar del cuento de la vida de Teresa de Cepeda, que se transformaría luego en Teresa de Jesús y, al final, en toda una santa mística. "El futuro es de los místicos para que no tenga que ser de los políticos", advirtió el actor a un auditorio encandilado y rendido a su sabiduría como juglar del siglo XXI que sólo necesita sobre las tablas cuatro sillas, un púlpito y un escritor. "Esto en Europa está muy de moda: teatro minimalista. Mínimo". Y más carcajadas.

"El Brujo" comenzó poniendo en antecedentes al personal: Emperador por un lado, Papa por el otro. El heliocentrismo, los viajes "largos, largos". Y Lutero, "que era un indignado". Todo para llegar a Ávila, que es donde nació la santa que todavía no era santa. Y el dibujo que hace de la mujer es de absoluta modernidad. "Tenía una prima un tanto casquivana", se rió. "Se pintaba con colorete en la mejilla: ese era su pecado". Y sobre todo porque vestía tacones. En este punto se dirigió al púlpito para interpretar a un cura rancio, pero antes de ello hizo una digresión: El cura que se quejaba de que la prima usara tacones era igual "al diputado ese polaco, que parece mentira que un tipo como ese, en pleno siglo XXI, cobre de la Unión Europea". Y entonces confesó al personal: "Se me ha ido el monólogo, que llevo siete. Bueno, cuando vuelva por aquí, haré lo que me he saltado". Y las risas y los aplausos sellaron su intervención. Que el público estaba tan rendido al "Brujo" como este a la santa era una verdad evidente.

La semana que viene estrena el octavo: la historia del yogui que trajo a Occidente la magia de la disciplina física nacida en la India. Las historia de poso eterno son las mejores, lo cree el actor y también los espectadores que le siguen, a la vista del resultado obtenido anoche. "El Brujo" es como el ciego que recorre el mundo con una historia bajo el brazo. La que trajo ayer era del pasado, pero con reflejo popular en el espejo del futuro.