La patata nació hace 8.000 años, que es cuando las culturas andinas lograron "domesticar" la planta, y hoy se consume en todo el mundo. En sentido literal, desde Europa a Nueva Zelanda -sus antípodas-, en las regiones norteñas canadienses o en Sudáfrica. En la India, Egipto, Rusia, Irán, Bangladesh o Kazajistán. Y, por supuesto, en España, donde la producción puede rondar los tres millones de toneladas. En China esa producción anual ronda los 70 millones de toneladas, y como el planeta Tierra se ha quedado pequeño para este tubérculo glorioso, hemos puesto los ojos en Marte.

Allí hay terreno para levantar campos de patatas a esgaya. Y en eso estamos.

Experimentos realizados por el Centro Internacional de la Papa (CIP), en Perú, indican que este tubérculo puede crecer en las condiciones de Marte, apoyando así la alimentación de futuros asentamientos humanos.

El último de esos experimentos del CIP para probar el cultivo de papas en condiciones marcianas simuladas comenzó en febrero del año pasado cuando un tubérculo fue sembrado en un hábitat muy parecido al que los humanos pensamos que se puede dar en Marte. La experiencia consiste en una planta sellada herméticamente en un cubo especial construido por ingenieros de la Universidad de Ingeniería y Tecnología (UTEC) sobre los diseños proporcionados por la NASA. Los resultados preliminares son positivos.

El proyecto "Patatas en Marte" fue concebido por el CIP para entender además cómo pueden sobrevivir en condiciones extremas similares a las partes del mundo que ya sufren el cambio climático y los choques climáticos, ésos que algunos estúpidos negacionistas siguen diciendo que se trata de una patraña.

La patata, ya se sabe, es planta poco exigente con el terreno en el que crece. De ahí su éxito mundial. Hay que dar por hecho que las de Marte, si algún día se desarrollan, no sabrán tan ricas como las asturianas, y eso que se van a perder los primeros humanos que colonizarán el Planeta Rojo dentro de ¿un par de décadas? Pero es que el clima del paraíso natural tiene poco que ver con lo que nos espera ahí arriba, tan lejos y en entorno tan aburrido.

Julio Valdivia-Silva, uno de los investigadores del proyecto, anunció "varias rondas de experimentos para descubrir qué variedades de papa se comportan mejor. Queremos saber cuáles son las condiciones mínimas que una patata necesita para sobrevivir", dijo.

El Cubesat, ese cubo especial que ejerce de urna de la patata marciana, alberga un contenedor que sostiene el suelo y el tubérculo. Dentro de este ambiente sellado el Cubesat proporciona un agua rica en nutrientes, controla la temperatura para las condiciones de día y de noche de Marte e imita los niveles de presión de aire, oxígeno y dióxido de carbono de Marte. Los sensores monitorean constantemente estas condiciones y las cámaras de transmisión en vivo registran cada centímetro del suelo.

Según el experto del CIP Walter Amoros, una ventaja de la patata es su gran capacidad genética para la adaptación a ambientes extremos. El CIP ha aprovechado esa capacidad para criar clones de patata que toleran condiciones tales como la salinidad del suelo y la sequía, con el fin de ayudar a los pequeños agricultores a cultivar alimentos en áreas marginales que podrían crecer con el cambio climático.

En 2016, el CIP trajo tierra análoga a la de Marte desde el desierto de las Pampas de La Joya, en el sur de Perú, hasta su estación experimental en La Molina, Lima. Allí, el CIP fue capaz de mostrar la prueba de que las patatas podrían crecer en este suelo seco y salado con cierta fertilización de la tierra para su nutrición.

"Hemos estado observando los suelos muy secos que se encuentran en el desierto del sur del Perú. Éstos son los suelos más parecidos a los de Marte encontrados en la Tierra", dijo Chris McKay, del centro Ames. "Esta investigación podría tener un beneficio tecnológico y biológico directo en la Tierra", opina.

Desde el experimento inicial, los científicos del CIP concluyeron que las futuras misiones de Marte que consideren cultivar patatas tendrán que preparar el suelo con una estructura suelta y nutrientes para permitir que los tubérculos obtengan suficiente aire y agua para permitir que tubericen. Y ahí contará la mano -buena o mala- de los colonizadores.