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King Kong contra Ahab

Gratificante revisión del mito del gorila gigante plagada de referencias al cine popular y la novela de aventuras

Hollywood ha adoptado, en los últimos años, la muy saludable costumbre de dar la alternativa a cineastas curtidos en la televisión y el cine independiente para que se pongan a los mandos de grandes producciones con muchos millones en juego. Una estrategia que, a base del buen hacer de cineastas como Gareth Edwards o Colin Trevorrow, es cada vez más habitual, y que ha permitido a Jordan Vogt-Roberts, con una única película y algunas incursiones en la pequeña pantalla a sus espaldas, recuperar para las pantallas a King Kong en una película con alma de pastiche y que ofrece dos horas de endiablada diversión. Si algo aporta esta hornada de cineastas independientes, además de una necesaria osadía para revitalizar el cine de gran presupuesto, es una mirada libre de prejuicios. Para ellos, sus referentes ya no son los maestros del cine clásico, o al menos no sólo ellos, sino la serie B, las películas del "Nuevo Hollywood" y el cine comercial de los ochenta. El gran tótem es Spielberg, a quien tratan de emular en la construcción de las escenas de acción y en su economía narrativa.

Vogt-Roberts demuestra ser un alumno aplicado. Desde su mismo arranque, con homenaje a "Infierno en el Pacífico" incluido, "Kong: La isla Calavera" se revela como un espectáculo plenamente disfrutable, con un saludable humor tirando a negro (impagable ese empalme entre el primer ataque del gorila gigante y el militar que se zampa un suculento sandwich) y un ritmo que no decae en las dos horas de metraje.

Totalmente autoconsciente, "Kong: La isla Calavera" no elude ninguno de los lugares comunes vinculados al mito del gorila gigante (la mutua fascinación con la rubia protagonista, su condición de deidad para los habitantes de la isla, la lucha contra alados monstruos de metal, la pelea definitiva contra otro monstruo antediluviano), combinándolos hábilmente con otras referencias culturales que ayudan a perfilar personajes y situaciones arquetípicas. Así, a las reconocidas deudas de "Apocalypse Now" (napalm incluido) y el universo de Joseph Conrad, Vogt-Roberts le suma una figura singular, consumida por el odio y el ansia de venganza, sacada directamente de la obra de Herman Melville: ese coronel Packard con la mirada encendida y los rasgos crispados de Samuel L. Jackson que reta, osado, al gran gorila y que bien podría comandar el Pequod.

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