Nos estamos pasando de deportistas. Josep Brugada, especialista en cardiología deportiva, alertaba recientemente en LA NUEVA ESPAÑA de que "cada semana enterramos a un corredor o un ciclista; hay que parar esto", pedía. "Hemos pasado de un extremo a otro, ahora parece que si no haces cuatro maratones al mes no eres nadie", sentenciaba. ¿Está el cuerpo humano preparado genéticamente para meterse entre pecho y espalda 42 kilómetros y 195 metros? Pues no todos los cuerpos humanos deberían embarcarse en ese reto, por mucho que entrenen. Llegará un día en que podremos medir nuestro perfil genético para saber hasta qué punto estamos arriesgando nuestra salud por enfundarnos en unas mallas de colores y lanzarnos a correr por el mundo adelante.

Ése es el futuro que abre un estudio elaborado por el Laboratorio de Fisiología del Ejercicio de la Universidad Camilo José Cela, según publica la agencia "SINC". Juan del Coso, experto de este laboratorio, explica que correr una maratón conlleva un "enorme compromiso fisiológico de varios sistemas, tanto respiratorio, como cardiovascular como musculoesquelético". Una prueba así, detalla este investigador, requiere unas 30.000 zancadas y en cada una de ellas las piernas absorben entre 1,5 y 3 veces el peso del corredor. Todo ello produce un deterioro progresivo de las fibras musculares, con dos consecuencias principales: una, el músculo pierde la capacidad de producir fuerza y, dos, "las proteínas del músculo lesionado se liberan a la sangre, lo que permite cuantificar el desgaste midiendo la concentración de la creatina quinasa o la mioglobina con tan sólo una muestra de sangre". A mayor concentración de estas proteínas, mayor daño de las fibras "y mayor probabilidad de fatiga", añade Del Coso.

Los expertos del Laboratorio de Fisiología del Ejercicio analizaron a 71 corredores de maratón con el objetivo de determinar la influencia de la genética sobre el daño muscular que se produce durante la prueba. Partían del hecho de que unos atletas terminaban con un profundo dolor muscular y otros con bajos niveles de deterioro. Su entrenamiento había sido prácticamente idéntico. Se centraron en siete genes relacionados con el funcionamiento muscular. Analizaron la sangre de estos atletas e hicieron medición de la potencia de salto vertical y la percepción muscular. Así desarrollaron un sistema para puntuar genéticamente la capacidad de cada uno de esos cuerpos para afrontar el reto de una maratón. Los que tenían una mayor puntuación genética presentaban menores niveles de creatina quinasa y mioglobina en sangre, es decir, menor daño a las fibras musculares en comparación con los maratonianos con una puntuación menos favorable.

"En un futuro no muy lejano, los maratonianos podrán poder medir su perfil genético para saber lo preparados que están genéticamente para competir en una maratón y en otras pruebas de resistencia", subraya Del Coso. Este experto matiza que tener un perfil genético desfavorable sólo implica que estos corredores "tendrán que hacer un entrenamiento específico para preparar su musculatura frente a estas condiciones tan exigentes", concluye.