Hay dos tipos de película en este renacimiento de los Powers Rangers. La primera es aceptable y sirve para presentarnos a los personajes como si de una película de adolescentes se tratara, un poco en la línea de aquellas pequeñas pero inteligentes piezas de John Hughes en los años 80 que tan bien conectaron con toda una generación que se reflejaba en sus cuitas de la edad del pavo. La segunda es tan hortera y previsible como la serie de televisión, descaradamente abducida por el uso indiscriminado de los efectos digitales y que solo ofrece un par de momentos destacables gracias al entusiasmo de un director (su Project Almanac tenía gracia) que da pistas a veces de que con un material mejor podría lograr mejores resultados. Teniendo en cuenta lo mucho que tarda en llegar el espectáculo de fuegos muy artificiales es probable que los seguidores de la serie se impacienten más de la cuenta y se les acabe la fiesta antes de lo esperado. Desde luego, 123 minutos para tan poco mejunje es excesivo a todas luces, y se apagan enseguida.