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LINO CAMPRUBÍ BUENO | Historiador de la ciencia, publica "Los ingenieros de Franco"

"Hoy creemos que cualquier cosa científica es buena, y no necesariamente"

"En la Transición la industrialización se convirtió en un valor positivo y entonces ya no se pudo atribuir al franquismo"

Lino Camprubí Bueno, ayer, en Oviedo. MIKI LÓPEZ

Lino Camprubí Bueno, investigador doctor en el Instituto Max Planck de Historia de la Ciencia de Berlín, acaba de publicar "Los ingenieros de Franco", que lleva como subtítulo "Ciencia, catolicismo y guerra fría en el estado franquista" (Editorial Crítica). Su libro, resume, "es una nueva historia del franquismo a través de la ciencia y la tecnología. No se pueden entender los 40 años del franquismo sin mirar lo que estaban haciendo científicos e ingenieros de diferentes disciplinas dentro de España y también con relaciones en el extranjero". El viernes y el sábado participó en Oviedo en los XXII Encuentros de Filosofía de la fundación que lleva el nombre de su abuelo, Gustavo Bueno, y que este año están dedicados al fundamentalismo científico.

- ¿Por qué hay la idea de que no hubo desarrollo científico ni tecnológico en el Franquismo?

-Porque tanto la ciencia como la industralización pasaron a ser valores positivos que no se podían atribuir al régimen anterior.

- ¿Cómo fue ese proceso?

-Por una parte, está el prestigio que hoy tiene la ciencia. Al decir que había ciencia en el franquismo no estoy diciendo que el franquismo fuera bueno. Pero a causa de la Guerra Fría hemos asumido que ciencia es igual a democracia, que es igual a bien. Durante la Guerra Fría la ideología en Estados Unidos era: en la Unión Soviética no hay ciencia porque es una dictadura; nosotros, en cambio, tenemos libertad de investigación y, por tanto, la ciencia se desarrolla mejor en nuestro suelo. Por eso hoy creemos que cualquier cosa, por ser científica, es buena. Y no necesariamente.

- ¿Y en lo referente a la imagen de la industrialización en el franquismo?

-Para la oposición al franquismo la industrialización iba de la mano del capitalismo. Para el marxismo clásico, la industrialización es cosa de capitalistas y, por tanto, la prueba de que el franquismo era capitalista era que era industrializador. En cambio, en la Transición, el PSOE abrazó el capitalismo y en ese momento ser industrializador pasó de ser un insulto a ser algo bueno. Entonces se dejó de decir que el franquismo era industrializador y se empezó a decir que el franquismo había sido un obstáculo en la industrialización, durante 40 años no hubo crecimiento económico en España. Decir eso de los años setenta, por ejemplo, es imposible. Sólo había un crecimiento igual de rápido, que era el de Japón.

- Ciencia y nacional catolicismo. Eso no casa.

-Asociamos el nacional catolicismo con obispos que parecían del siglo XVI, con el estilo escurialense, que reproducía escoriales pequeñitos por toda España, con el imperio, con una recuperación del pasado... Por supuesto, pero a la vez había otras corrientes que se dieron cuenta de que si España tenían que salir adelante sería por la ciencia y la tecnología. Se decían: no somos ni capitalistas yankees ni materialistas soviéticos, somos católicos, pero para competir en el mundo actual tenemos que abrazar la ciencia y la tecnología. En el libro hablo de cosas concretas, lo escribí siguiendo la tesis de que los científicos y los ingenieros fueron agentes activos del régimen. Por eso es interesante ver qué tipo de objetos producían en sus laboratorios y cómo esos objetos se expandían por el territorio nacional y lo transformaban.

- ¿Por ejemplo?

-La iglesias. Se ve muy claramente en la evolución estilística de los edificios de las iglesias. Esas iglesias tan raras que empezaron a construirse en los 60 empezaron haciéndose como capillas en los laboratorios científicos.

- Otra contradicción: una iglesia en un laboratorio.

-El caso más bonito es del Espíritu Santo, en el CSIC. La diseñó Miguel Fisac. Tenía que ser una iglesia para científicos, decía Fisac, no para el pueblo. No podemos tener ahí virgencitas, porque esas cosas son como mitos. Tenemos que tener algo que lleve a la idea abstracta del catolicismo. Entonces la hizo converger hacia el altar. Se ve que es una iglesia más sobria que las demás y, de hecho, hay sobre eso una discusión surrealista desde nuestro punto de vista actual. Él dice: tenemos que poner la residencia de señoritas del CSIC cerca. Porque esta iglesia es demasiado sobria. Si la dejamos así, con paredes sin imágenes, una de dos: o nos entran las beatas del pueblo y nos la llenan de rosarios que no nos gustan porque somos científicos, o los científicos no irán. Por eso está bien que estén cerca las científicas, que serán creyentes y decorarán la iglesia con el buen gusto que requiere el caso.

- Ha venido a Oviedo a participar en los encuentros de filosofía de la Fundación Bueno, que este año abordan el fundamentalismo científico. ¿Qué es?

-El fundamentalismo científico es la creencia de que todos los problemas y todas las preguntas se van a responder gracias a los avances de la Ciencia. Nos dice que todo lo que no sabemos del Universo y de nosotros mismos lo vamos a terminar sabiendo y que todo lo que ahora mismo es malo pasará a ser bueno por el avance de las ciencias. Eso me parece un engaño.

- ¿Por qué?

-Primero porque esto se dice desde hace 150 años y es verdad que hemos ido avanzando, pero ese avance también ha sido destructivo, no sólo productivo. La bomba nuclear es el ejemplo que se pone siempre de cómo el progreso científico sin una brida moral nos puede llevar a la destrucción. De hecho, estamos mucho más cerca de la aniquilación de toda la humanidad de lo que estábamos hace 200 años. También por el cambio climático, que tiene que ver con la industrialización y a su vez con la ciencia y la tecnología.

- Y en la práctica ¿qué daño nos causa ese fundamentalismo científico?

-Tiene el peligro de que la ciencia y la tecnología se presentan como la solución de los problemas prácticos cuando muchas veces también suponen nuevos problemas prácticos. Por ejemplo, nos dicen: vivimos más y morimos menos. Está muy bien en principio, pero eso tiene el reverso de que cada vez somos más habitantes en el planeta y consumimos más recursos y contaminamos más que nunca. Con lo cual dentro de poco empezaremos a vivir menos. Eso por el lado de la práctica...

- ¿Hay más peligros?

-Por el lado de la filosofía tiene el peligro de que nos engañan con una promesa de verdad unificada futura cuando la situación actual es que la ciencia con mayúsculas no existe. Lo que existe son diversas ciencias, cada una de las cuales interpreta el mundo a su manera. Y muchas veces, además, están intentando comerse a las otras ciencias. Los físicos de partículas dicen que a partir del quark se puede explicar todo, pero los neurofisiólogos dicen que no, que todo el universo es el cerebro. Ahí tenemos dos modos de fundamentalismo científico que son incompatibles entre sí.

- ¿Y la filosofía de Bueno que puede aportar ahí?

-La filosofía intenta entender esas contradicciones, aceptarlas. Lo que de define al materialismo de Gustavo Bueno es el pluralismo, la discontinuidad. ¿Y eso que significa? Aceptar las contradicciones como inherentes a nuestro mundo. La idea de una ciencia unificada al final de todo es teológica, es la idea de que Dios lo ha creado todo y en algún momento llegaremos a tener ese conocimiento.

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