Mitad hamburguesa, mitad monstruo de Frankenstein, acabaron llamándola "Frankenburger". Ese fue el nombre que recibió en 2013 la primera hamburguesa hecha con carne creada en laboratorio a partir de células madre, que se cocinó y comió en Londres. Ya entonces se hablaba de que en 2020 en nuestras mesas se serviría este tipo de carne que en origen es incolora e insípida.

Que la carne sintética tenga futuro en el mercado alimenticio no se debe a la demanda de gastrónomos devotos de la biotecnología. Se deriva del enorme impacto medioambiental que tiene la producción ganadera. Producir carne para tanto humano se está cargando el planeta. El 18% de las emisiones de CO2 provienen del ganado, más que lo que emite el sector del transporte. Hacen falta 6.000 litros de agua para producir un kilo de pollo. Sería razonable que los filetes del siglo XXI no sean ni de vaca, ni de pollo, ni de cerdo.

Esa es la firme convicción de Bruce Friedrich y su compañía, el Good Food Institute (GFI). Se trata de una firma estadounidense, según informa la revista "Quartz", que está embarcada en la transformación de la carne cultivada (bien sea de origen vegetal o creada a partir de células madre en laboratorio) en un producto más de consumo mundial. Esta organización está ofreciendo su asesoramiento para popularizar y abrir un espacio legal para una carne "sostenible" y "ambientalmente amigable". Este nuevo lobby de la carne artificial no sólo está estableciendo contactos en el Congreso de EE UU para reformar los programas que favorecen a los "alimentos tradicionales". Se ha fijado un plan de acción para introducirse en mercados internacionales como Brasil o China. En el primero de estos países ven mucho hueco para la "carne vegetal" a causa del enorme escándalo que rodeó a la brasileña JBS, la mayor procesadora de carne del mundo, que sobornó a los inspectores para relajar las normas de seguridad alimentaria.

Algunos avances biotecnológicos propician la desconexión del hombre con la naturaleza. El huevo y la gallina ya no son una unidad de destino en lo universal. Pronto tampoco necesitaremos a las abejas para que, con su polinización, mantengan en marcha el ciclo de la vida vegetal. El investigador Keishi Osakabe, de la Universidad de Tokushima, en Japón, acaba de conseguir tomates sin semilla gracias a la utilización de la técnica CRISPIR, el "corta y pega" genético desarrollado por Doudna y Charpentier, lo que les valió el premio "Príncipe" en 2015. Los "autores" de este tomate sin pepitas sólo tocaron una parte del genoma de la planta, introduciendo una mutación que aumenta los niveles de una hormona que se llama auxina, que estimula las frutas a desarrollarse aunque no se hayan comenzado a producir semillas. Estos tomates sin pepitas no requieren polinización para su producción, "lo que puede mejorar nuestra seguridad alimentaria debido al número decreciente de abejas", indica Saul Cunningham, de la Universidad Internacional de Australia, a la revista "New Scientist".