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La elección de Oviedo como capital del Reino de Asturias

Su posición geoestratégica y, muy posiblemente, el que la zona no fuera un erial cubierto de maleza explican la instalación de la corte en el lugar

Miniatura del "Libro de los Testamentos". ARCHIVO CATEDRAL DE OVIEDO

El pasado 29 de enero, LA NUEVA ESPAÑA llamaba nuestra atención con un titular a cinco columnas: "Oviedo no fue una ciudad hasta el siglo XII". En cuerpo más pequeño se aclaraba: "Los arqueólogos García de Castro y Sergio Ríos refutan la historiografía oficial sobre la ciudad y retrasan en 300 años la existencia de una verdadera sociedad urbana"; y "El asentamiento en la colina de Ovetao con Fruela I ni tuvo un origen romano ni pretendía crear una capital con corte; era un enclave donde sólo vivían monjes y sacerdotes". Los titulares resumían un excelente reportaje firmado por Eduardo Lagar, haciéndose eco de un extenso artículo publicado por César García de Castro y Sergio Ríos en el número 3 de Anejos de Nailos, y titulado "El origen de Oviedo".

En los días siguientes se publicaron varias opiniones contrapuestas y dos semanas después, eran los propios García de Castro y Ríos quienes puntualizaban sobre el tema. Su escrito concluía: "La labor del historiador consiste en elaborar relatos racionales, coherentes e integradores de todos los indicios, reliquias y testimonios que del pasado puedan recabarse, sometiéndolos a la más profunda crítica, contrastable por el resto de los colegas".

He entrecomillado sus palabras y resaltado tres de ellas en negrita, porque creo que en su relato sobre el origen de Oviedo ni hay racionalidad, ni coherencia, ni mucho menos integración de todos los datos e informaciones conocidas. A tratar de demostrarlo dedico las siguientes líneas.

Desde la publicación en 1995 de su tesis doctoral (Arqueología cristiana de la Alta Edad Media en Asturias), César García de Castro ha venido contradiciendo la mayor parte de las tesis que se venían aceptando con mayor o menor fundamento en la historiografía de esa época. Es muy lícito tratar de enmendar la plana en Historia, donde nunca está dicha la última palabra, y en general en cualquier ciencia, siempre que se haga con una buena base argumental. Esto no ocurre con su afirmación de partida, que Oviedo era un enclave habitado sólo por monjes y sacerdotes. Este planteamiento erróneo hace que el resto del relato no tenga ninguna coherencia.

Tradicionalmente se viene admitiendo que la elección de Oviedo como capital del reino astur vino motivada por su privilegiada situación, próxima a una encrucijada de caminos que atravesaban Asturias de sur a norte y de oeste a este ya desde época romana. Rechazan García de Castro y Ríos tal determinación. Para ellos, la elección de Oviedo se debió a que desde allí se controlaban los mejores terrenos agrícolas: las amplias vegas del Nora, las tierras llanas de Siero y Sariego, y las ricas vegas del Nalón. "Estos territorios que destacan por ser los que ofrecen mejores condiciones para la agricultura en la Asturias central -escriben en "El origen de Oviedo"-, son precisamente los lugares en los que se enclavan las posesiones de la Catedral y monasterios de San Vicente y San Pelayo de datación más temprana, mientras que sabemos que los encajados valles del sur fueron colonizados en momentos más tardíos. No parece descabellado, por lo tanto, considerar que la elección del núcleo fundacional de Oviedo obedeció a la voluntad de articular y gobernar el amplio dominio territorial vinculado al conjunto catedralicio".

La afirmación resaltada en negrita implica dar por cierto que la Catedral contaba con un patrimonio importante en el centro de Asturias antes de la fundación de Oviedo, y que ello determinó su elección, lo que es insostenible.

En primer lugar, para que una iglesia sea considerada como catedral tiene que existir un obispo que tenga en ella su sede, realidad que no se da en el caso ovetense en el momento en el que "Alfonso II asentó su trono en Oviedo", en expresión de la crónica denominada Rotense, hecho que hay que fechar a finales del siglo VIII, pues este rey accede al trono en septiembre de 791.

La iglesia de San Salvador, origen de la Catedral de Oviedo, fue fundada por Fruela I, rey entre los años 756-768, quien durante algún tiempo se estableció en este lugar, donde nació y fue bautizado su hijo el futuro Alfonso II. Cuando éste, ya rey, otorga el 16 de noviembre de 812 la famosa donación (testamentum, en latín) a San Salvador de Oviedo, no consta la existencia de un obispo de Oviedo, por lo que no recibe la donación, que sería lo normal si ya estuviera instituido como tal, ni que esta iglesia fuera catedral. Entre los confirmantes del documento figura en primer lugar un "Addaulfus episcopus" (Adaulfo obispo), seguido de otros cuatro obispos, pero sólo a uno, Reccaredus, se le asigna sede, la "Calagurritana".

Por un documento del monasterio de San Vicente de Oviedo fechado en 948, se sabe que un Adaulfo, obispo, fue enterrado en la iglesia de San Juan Bautista, en Neva (San Juan de Nieva), que según consta en él era de su propiedad. Se supone que este Adaulfo sea el mismo que suscribe el citado testamentum de Alfonso II de 812 y se considera que pudo ser el primer obispo de Oviedo. Su enterramiento en San Juan de Nieva hizo suponer a García de Castro que "la diócesis no había adquirido aún plena forma institucional, ni disponía de solares propios en Oviedo". Lo escribió en el capítulo "Las primeras fundaciones", incluido en un libro colectivo, La Catedral de Oviedo. I. Historia y restauración, publicado en 1999. Esta aseveración está en abierta contradicción con sus afirmaciones posteriores que ahora trato de rebatir, según las cuales fue el control de un amplio dominio territorial por parte del obispo en el entorno de Oviedo lo que determinó su elección como capital.

Es llamativo que en su trabajo "El origen de Oviedo" no se trate en ningún momento de cuándo se instituyó el obispado de Oviedo, materia crucial y que debería ser fundamental. No es ésta una cuestión menor que se pueda eludir, pues en el mapa episcopal de la España visigoda no existía obispado de Oviedo. Hasta la mención por la Crónica Albeldense, terminada de redactar en 883, al obispo "Ermenegildus" como titular de la "sede regia", es decir, Oviedo, no hay constancia documental de la existencia de un obispado ovetense, por lo que de ninguna manera se puede decir que la elección de la capital vino determinada por la acumulación de propiedades eclesiásticas en esa zona central de Asturias. Al contrario, es a posteriori, una vez asentado el obispado, e igual ocurre con los monasterios de San Vicente y San Pelayo, cuando se produce el flujo de donaciones que, combinadas con algunas compras, va conformando su dominio territorial y señorial.

Se ignora el contenido de la dotación fundacional que Fruela I habría otorgado a la primera iglesia de San Salvador por él levantada y que su hijo, Alfonso II, reconstruyó, tras su destrucción en las incursiones de los ejércitos musulmanes mandados por los hermanos Ibn Mugait, en 794 y 795. Alguna entidad tenía Oviedo por entonces para que en dos campañas sucesivas las huestes de Hixem I se tomasen la molestia de llegar hasta allí desde Córdoba. Lo donado a la Iglesia de Oviedo por su padre fue confirmado por Alfonso II en su testamentum de 812, añadiendo el "atrio amurallado que con tu ayuda hemos llevado a cabo en derredor de tu casa y todo lo que hay en su interior, con el acueducto, casas y todos los edificios que allí hemos construido", diversos ornamentos de iglesia, libros y varios siervos, entre ellos algunos eclesiásticos. No se mencionan en el mismo ni extensas propiedades, ni amplias jurisdicciones ni otros derechos. Lo que con el tiempo fue constituyendo el amplio señorío territorial y jurisdiccional de la Iglesia de Oviedo y de su obispo fueron las generosas donaciones reales recibidas a partir del siglo XI, especialmente desde el reinado de Alfonso VI, rey que concedió el primer fuero a Oviedo, con posterioridad a 1085, casi tres siglos después de asentada la capitalidad por Alfonso II.

Tampoco eran grandes propietarios en la zona central los monasterios de San Vicente y San Juan Bautista-San Pelayo. Entre las tesis sostenidas por García de Castro sin fundamento documental ni arqueológico, está la de que Fruela I realizó una fundación única de la basílica del Salvador, a la que dotó del clero necesario para su servicio. Esta fundación inicial, escribe, "con el paso del tiempo y el desarrollo institucional del clero específicamente catedralicio" se habría diferenciando "en tres instituciones plenamente independientes: el monasterio masculino de San Vicente, el femenino de San Juan Bautista-San Pelayo y el cabildo o canónica al servicio de la catedral".

Del monasterio de San Vicente de Oviedo, un documento del siglo XII, considerado unánimemente falso por la crítica tal y como está redactado, remonta a 781 la celebración del pacto monástico que dio lugar a su nacimiento, por el que el presbítero Montano y 25 monjes se sometían a la obediencia del abad Fromistano y su sobrino Máximo, también religioso, que veinte años antes, en 761, acompañados de sus siervos habían colonizado el lugar denominado Oviedo, "un erial -se dice en el pacto- que no pertenecía a nadie". Hasta dos siglos después, en 969, no se documenta la existencia de una comunidad de frailes (collationem fratrum), a cuyo frente aparece el presbiter et confeso Oveconi, "que moran en el recinto de San Vicente bajo el ara de San Salvador". Este diploma aporta el primer título de propiedad del monasterio vicentino en la zona de Aspra (nombre que recibía entonces el lugar donde se levanta la ermita del Cristo, en Oviedo), y donde los monjes irán sumando otras propiedades en esa segunda mitad del siglo X, no dos siglos antes como nos quieren hacer creer García de Castro y Ríos.

La más antigua referencia que se puede documentar de la existencia del monasterio que primero se llamaba de San Juan Bautista, advocación que paulatinamente va a ser sustituida por la de San Pelayo, tras el traslado de los restos de este mártir cordobés desde León a Oviedo en 987-988, en vísperas del gran ataque que Almanzor llevó a cabo sobre las ciudades de León, Zamora y Astorga, es de 985, y se encuentra en un documento del vecino cenobio de San Vicente, en cuya validación firman cinco posibles monjas (Deo vota). Y no es hasta 996 que el rey Bermudo II dona el valle de Sariego, con sus hombres, villas y heredades, al monasterio de San Juan Bautista y San Pelayo y a su abadesa, la ex reina Teresa Ansúrez, mujer de Sancho I y madre de Ramiro III, monarca desplazado del trono precisamente por Bermudo II. En la citada donación, el rey afirma: "Yo, Bermudo rey [€] llegué a la región asturiana y sentándome en mi reino y en el solio de mi padre€".

La tradición conservada en el monasterio de las "pelayas" de su fundación por Alfonso II no es anterior al siglo XIII, y responde al prurito que tenían todos los centros monásticos de buscar los más nobles orígenes. La participación de las monjas en determinadas liturgias catedralicias en relación a Alfonso II, no documentadas antes de ese siglo, no se pueden aducir como prueba de orígenes anteriores. Otros monasterios asturianos inventaron también ascendencias reales: Santa María de Obona (Tineo) creó la figura de Adelgaster, supuesto hijo de Silo (de quien las Crónicas afirman no tuvo descendencia) como fundador.

No se puede sostener la existencia del monasterio de San Pelayo con anterioridad al siglo X y menos que tuviera cualquier propiedad entre los siglos VIII-IX en que se establece en Oviedo la capital del reino. El hallazgo de unos restos considerados de factura prerrománica por Juan Vallaure y Federico Somolinos, estudiantes entonces de arquitectura, tras las obras llevadas a cabo después del incendio del convento en octubre de 1934, no puede servir como prueba concluyente. Ya Fernández Conde (editor junto a Isabel Torrente y Guadalupe de la Noval, de la documentación del monasterio de San Pelayo) señaló que lo descubierto, lo mismo pudo ser construido a principios del IX que un siglo más tarde. Según él, la primera iglesia del monasterio se construiría en torno al año 900, mientras que la comunidad monástica se constituiría en el tercer cuarto del siglo X.

Creo haber demostrado que el axioma en que García de Castro y Ríos basan toda su teoría, ese Oviedo habitado por monjes y clérigos, con grandes propiedades en el centro de Asturias, carece de todo apoyo documental. Mientras no se formule otra tesis más concluyente, habrá que considerar que la elección de Oviedo como capital del reino de Asturias se debió a su emplazamiento geoestratégico y, muy posiblemente, a que el lugar no era un erial cubierto de maleza, sino que sobre el mismo existía un poblamiento previo desde la época romana, cuya entidad está aún por precisar.

Otra de las cuestiones que García de Castro y Ríos ponen en entredicho es la de la continuidad de poblamiento en la colina donde se asentó Oviedo desde la época romana a la altomedieval. Pese a que no pueden negar la existencia de una fuente fechada entre los siglos III-IV, con la suficiente monumentalidad como para no suponerla construida en un descampado, y diversos hallazgos de objetos romanos como monedas, capiteles y otros materiales, echan en falta que no hayan aparecido abundantes restos cerámicos y más monedas. Sin embargo, García de Castro afirma en su publicación "Las primeras fundaciones", donde expone los resultados de las excavaciones por él mismo realizadas en los aledaños de la Catedral, que en el emplazamiento del Oviedo más primitivo "el afloramiento rocoso hizo innecesaria la excavación de cimientos profundos, asentando los edificios directamente sobre las superficies pétreas".

Esa circunstancia es la que ha dificultado que se acumularan cantidades de sedimento donde habrían podido conservarse los restos de un hábitat anterior, pues al realizar cualquier nueva construcción enseguida se llegaba a la roca madre. Es más, este mismo suelo servía de materia prima al proporcionar el material pétreo para las nuevas obras, lo que hacía desaparecer cualquier resto previo. En las excavaciones llevadas a cabo en el solar de la ampliación del Museo de Bellas Artes, Rogelio Estrada lo ha puesto de manifiesto e incluso ha llegado a encontrar in situ una cuña metálica utilizada para la extracción de lajas pétreas.

García de Castro y Ríos recogen una larga lista de topónimos de raigambre romana que demostrarían que el área en el que se halla la colina que dio lugar al nacimiento de Oviedo estuvo densamente ocupada durante los siglos del Imperio Romano. Se les olvidó, sin embargo, uno muy significativo: Priorio, nombre que hay que poner en relación con el término latino praetorium. El praetorium era la tienda o edificio del comandante de una fortificación romana en un castrum o castellum. Pretorio también designó la residencia del procurador (gobernador) de la provincia romana.

En una nota al pie, añadida, dicen, cuando su estudio "El origen de Oviedo" ya estaba redactado y maquetado, dan cuenta García de Castro y Ríos del descubrimiento de que el mármol en el que se labró la lauda del sarcófago de Ithacio, conservada en la actual capilla del Rey Casto de la Catedral, procede de Estremoz (Lusitania), y lo aportan como prueba que ratifica su negativa a dar ninguna importancia a los restos romanos descubiertos en Oviedo. Si como evidencia ese hallazgo, el mármol fue traído de fuera, el argumento se puede volver del revés: ¿no es más factible importar semejante pieza en un periodo de paz, bajo el dominio romano, por algún rico señor asentado en Oviedo, que no traerlo de tan lejano lugar cuando éste se encontraba en poder de los musulmanes?

Ellos afirman, sin embargo, que "Oviedo es fundación ex novo y surge en un lugar nunca previamente ocupado por una población estable".

También afirman que la "posición estratégica con respecto a los principales corredores naturales de comunicación, no tuvo correlato en el plano político, dado que dentro del cambiante marco geográfico del reino astur la posición de Oviedo siempre estuvo marcada por la excentricidad".

Excéntrica y gratuita es realmente esta afirmación. En el tránsito entre los siglos VIII al IX, cuando se convierte en capital del reino astur, Oviedo estaba equidistante de los otros territorios controlados por los reyes astures, que se limitaban a la franja norteña cantábrica, de la mitad norte de Galicia hasta Álava, aproximadamente. Fruela I, el primero del que consta se estableció en Oviedo, tuvo que someter durante su reinado tanto a los vascones ("A los vascones que se habían rebelado, los venció, y tomó de entre ellos a su esposa, de nombre Munina, de la que engendró a su hijo Alfonso" -futuro Alfonso II-, según la crónica conocida como Rotense), como a los gallegos ("A los pueblos de Galicia que contra él se rebelaron los venció, y sometió a toda la provincia a fuerte devastación", dice la misma Crónica). Ni Cangas de Onís, ni Pravia, las anteriores capitales conocidas, tenían mejor situación geoestratégica, pese a que hasta Pravia debía de llegar uno de los ramales de la vía de La Mesa, uno de los principales pasos de la cordillera Cantábrica, y muy cerca debía discurrir la vía que unía el centro de Asturias con Galicia, la ya conocida en los itinerarios antiguos de Lucus Asturum (Lugo de Llanera) a Lucus Augusti (Lugo de Galicia), la más importante ciudad de la Galicia norteña en época romana. No desvirtúa la situación privilegiada de Oviedo el que no fuera este emplazamiento, como afirma García de Castro, uno de los hitos de esa importante vía, que discurría al norte del Naranco, pues no hay que olvidar que Oviedo se localiza apenas a unos diez kilómetros de Lucus Asturum. Cerca de Oviedo, además, pasaba otra importante vía de comunicación oeste-este, citada en un documento de 1003 como "strata maiore" que va hacia Oviedo, al delimitar unos molinos en Cerdeño. Su ascendencia romana la confirma la datación bajorromana del puente de Colloto, situado al noreste de la ciudad y muy cerca de Cerdeño.

Rechazan García de Castro y Ríos, además de las razones geopolíticas en la elección de Oviedo, las estratégico militares, porque en ese sentido Gijón ofrecía mejores condiciones naturales de defensa, no en vano, argumentan, "contaba además con el precedente de haber sido elegido por Munuza como capital del territorio sometido a su gobierno". Lo que no tienen en cuenta es que, quizás, por eso, por haber sido gobernada por Munuza, fue rechazada como capital de un nuevo proyecto político que se proponía, entre otras cosas, la lucha contra el invasor musulmán.

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