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MARCO RECUERO | Diseñador e ilustrador

"A los 20 años todo es grandioso, sentí que encajaba en el Xixón Sound con sus luces y sombras"

"No fui consciente de lo que quería hasta que haciendo Electrónica en el Instituto Mata Jove vi qué distinto era de los demás"

Marco Recuero, en una cafetería de la calle Corrida de Gijón. / ÁNGEL GONZÁLEZ

Marco Recuero (Gijón, 1972) pasó por el Xixón Sound sin tocar un instrumento, pero oyó todos los conciertos y fue su diseñador.

-No fui consciente de lo que quería hasta que haciendo Electrónica en el Instituto Mata Jove de FP vi qué distinto era yo.

- ¿Por qué creyó que era normal hasta entonces?

-Mi barrio era como una gran familia y nos soportábamos las rarezas. Podía subir a un árbol, colarme en una casa, pero no me gustaba el fútbol ni hacer machiruladas. En el colegio igual.

- ¿Cómo era Jove?

-Industrial y rural. Mi padre, Manuel, trabajaba en El Musel y vivíamos en las casas de la Junta del Puerto, nuevas, cutrecillas y para doscientas familias de la misma edad. No soy nostálgico, pero fue guapo, calle, prados, vaques, caleyes, barro y vida de pueblo. Camino del colegio siempre hacía frío. En verano íbamos a Perlora. Por semana nos bañábamos en el puerto, entre chalanas, y salíamos con una pátina brillante de diésel. Es una zona muy contaminada. Vivía entre Jove y La Calzada.

- ¿Y Gijón?

-Era para ir al cine, al Tik, al Oasis. Ni me sentía de allí ni controlaba el centro, que siempre tenía la carretera cerrada por los astilleros en lucha.

Su madre, Dolores, es del barrio del Llano. Tiene dos hermanos, 14 y 12 años mayores, Juan Manuel y Celestino Eduardo, que ya trabajaban cuando era niño.

-Nunca pensé estudiar carrera. Me gustaban los ordenadores, el cine, leer y dibujar, pero no tenía claro que eso pudiera servir para algo. La gente alrededor trabajaba en el puerto o eran albañiles.

- ¿Cómo supo del diseño?

-Con 17 años el instituto nos llevó a la Escuela de Arte de Oviedo y en la cafetería me vi reflejado en la gente. Convencí a mis padres para entrar. Me levantaba a las seis, cogía el tren de las siete en La Calzada y subía en veinte minutos de la estación del Norte al Cristo. Me sentía inferior.

- ¿Por qué?

-Hablaban de poesía, de arte... Luego me di cuenta de que cada uno tenía su especialización. Mi ventaja era saber un poco de todo.

- ¿Con quién contactó?

-Con Javier Rodríguez, que vivía en Jove. Formó "Cactus Jack" y recuerdo sus maquetas y primeros conciertos. Nos llamaron "grunges". Aprendí mucho de cómic por Germán García.

- Editaron el fanzine "Froilán", muy bueno.

-Y trabajamos para Waco, el sello de Toño Barral, haciendo carteles, las portadas de los primeros discos de "Australian Blonde", de "Los Mancos". Veo camisetas de "Penelope Trip" que hice hace veintitantos años. Por la noche iba a La Plaza, el bar de Nacho, de "Manta Ray", en Cimadevilla.

- ¿Y de trabajo?

-Lo que me gusta más es diseñar, elegir papel, formato, tipografías, maquetar un libro o una revista, tener texto y ordenar. Entro en estado zen y todo se va ordenando, no me cansa, me relaja.

- ¿De dónde viene eso?

-Mi padre tenía muchas herramientas y en la finca de Pinzales le gustaba trabajar con las manos. Yo le imité. Ahora trabajo con ordenador, pero soy fetichista de mis cachivaches de papelería, pinceles, cuadernos, lápices...

- Hizo teatro en los noventa.

-Me gusta el público, pero me cuesta relacionarme con la gente en la intimidad. Intentaba vencer esa timidez. El teatro desinhibe. Aprendí mucho en poco tiempo.

- ¿Y la ilustración?

-Vino a mí a través del diseño. Siempre quiero que todo sea preciso (que cuente una idea), conciso (que cuente con el menor número de elementos posible) y limpio (que esos elementos no se molesten entre sí). En mis diseños metía un dibujo.

Hizo la carrera entre 1988 y 1992. Luego trabajó dos años con Javier Rodríguez (hoy dibujante de Marvel Comics) y pasó por agencias de publicidad. Fue una época de trabajo y fiestas, carteles, la revista "XYZ" y conciertos en El Sótano y El Cero (Gijón) y en El Antiguo (en Oviedo).

- Años intensos, de un gran cambio de vida.

-Sí, pero a los 20 años todo es nuevo, grandioso y quieres comer el mundo. Sentí que encajaba con sus luces y sus sombras.

- ¿Qué sombras?

-Hubo bastante exceso. No tengo nada contra las drogas, no soy un consumidor aunque hice mis pinitos, como todos. Lo peor estuvo relacionado con el alcohol. David Guardado y Fran Gayo dicen que me salvaron del arroyo. No sé a qué se refieren.

- ¿Cuándo se hizo mayor?

-La escena de Gijón fue decayendo, los que tenían un grupo se volvieron escritores, dibujantes de cómics, poetas, trabajadores. Yo siempre hice lo mismo, aunque pasé del underground a las agencias de publicidad de 1994 a 2000. En 1999 empecé a colaborar con el Festival de Cine de Gijón. Ahí me sentí adulto como diseñador.

- ¿Cómo le va?

-No soy la hostia, pero no me va mal. Gijón se está volviendo cara por culpa del turismo, pero puedes vivir con lo justo. Me gusta trabajar y tengo bastante, aunque hago cosas sin cobrar.

- Es un trabajo de soledad.

-Y de café y alcohol. Algo hay en la creatividad relacionado con el exceso. Tengo amigos creativos que son autodestructivos, unos se matan a trabajar porque sí, otros por el exceso de alcohol... Llevo unos años preocupado porque mi generación de diseñadores se moría a los 40. Es un trabajo sedentario, en el que coges otro cliente y te lo quitas del sueño. Nunca fui así porque me gusta salir a la calle.

Isabel Calleja, su mujer, licenciada en Derecho, es formadora. La conoció en los noventa, viven juntos desde hace diecisiete años, casados desde hace diez.

- ¿Logró lo que quería?

-Superé mis expectativas muchas veces, por encima de lo que siempre pensé. Me frustra no dibujar lo bien que me gustaría, no hacer el cartel que quiero. Mi idea es siempre mejorar, peleándome por cosas que no ve nadie.

- ¿Qué tal en Gijón?

-Feliz. Me gusta el cielo gris. Será fotofobia o que trabajo en un espacio cerrado.

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