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Canon Lesluthierano, o no...

Un recorrido personal por la extensa obra de "Les Luthiers", en la que destacan sus virtuosas interpretaciones musicales, los originales instrumentos de propia manufactura, sus ingeniosos monólogos y su gran genio que destila arte

En un folio, en un lienzo, en una partitura en blanco, en un trozo de mármol aún sin esculpir, en un escenario vacío puede encontrarse el big-bang del arte. La esencia de los grandes artistas comienza a perfilarse en sus primeras palabras, sus primeros trazos, sus primeras notas, sus primeras actuaciones con sus primeras risas. Este último caso puede ser aplicable a "Les Luthiers", flamantes premio "Princesa de Asturias" de Comunicación y Humanidades. Y como el arte es interpretativo, cada uno comprende o se ríe según sus entendederas, puedo sostener, y si no que Mastropiero me contradiga, que en los primeros espectáculos del grupo argentino se guardaba ya la esencia de los cincuenta años de su historia, que ahora celebran. "Pregunto y quiero que alguien me responda", emulo la cuestión lanzada en "El sendero de Warren Sánchez" (una de sus interpretaciones imprescindibles): ¿no es el "Teléfono del amor" el embrión del "Encuentro en el restaurante"? Es un mero ejemplo encontrado en aquellos años sesenta y setenta del pasado siglo, orígenes del grupo, en los que los integrantes de "Les Luthiers" tenían menos años, menos kilos, más pelo, pero menos blanco. Ya atesoraban el talento que les catapultó al éxito y como al flautista de Hamelin se les ha ido sumando tras sus pasos una ingente prole de admiradores, congregados en una "sexta, y digo sexta porque antes tuvo cinco y ésta es la sexta" ("El sendero de Warren Sánchez") que podríamos denominar "secta Lesluthieriana".

¿Cómo adentrarse en el proceloso mundo de "Les Luthiers"? Cada uno tendrá sus gustos y elegirá entre sus cientos de sketches. Éste es el mío particular, muy reducido, sea compartido o no, pero cada uno deberá, como ocurre en el resto de las artes, componer el suyo a su imagen y semejanza.

Monólogo sobre la juventud de Mastropiero. Es la quinta esencia de las disertaciones del desaparecido Daniel Rabinovich. Condensa su arte interpretativo, al margen del musical. Incluye todo su compendio "disléxico": equivocar palabras, equivocar pronunciaciones, darle doble interpretación a las frases... Un ejemplo del final de su monólogo, sobre la vida de su compositor de cabecera: "Esto es, ¿todo? ¿todo?... esto es: todo, todo esto, esto es, todo es, todo esto, esto todo esto, ¿qué es esto?, ¿qué es esto? este esto es toso, toso, ese soto es eso, ese seso es soto, todo soso, este ese te, ese totó, o se destetó todo teté, totó, totó, ese... ¡ah!... ¡esto es todo!".

Charla entre Mudstock y Rabinovich sobre Shakespeare. Marcos Mudstock explica, entremezclando los argumentos de sus obras, la figura del dramaturgo inglés a un Daniel Rabinovich escéptico y desinteresado. "Yo conozco todo Shakespeare en inglés. No lo he leído, porque no sé inglés, pero lo conozco...", arranca Mudstock su diatriba, que sólo interesa a Rabinovich en la parte final, cuando quiere saber si Romeo y Julieta dormían en una cama de helechos.

Perdónala y Celos. El genio de "Les Luthiers" se muestra en estos boleros, en los que el requinto de Jorge Maronna suena como el de "Los Panchos". En el primero, la infidelidad de la mujer de Rabinovich intenta ser disculpada por el resto de miembros del grupo. Hasta que les cuenta, cantando, que "mis amigos no eran de su agrado, esa tarde cuando ya se estaba yendo opinó que eran todos unos vagos" y el coro le responde al unísono cantando: "¡Olvídala, olvídala, de esa bruja por fin te liberaste...". O "tengo celos de la silla... (risas), que usas para sentarte... pero sobre todo tengo celos de tu marido". Son imprescindibles las geniales introducciones con la voz grave de locutor de Marcos Mudstock.

La comisión. Un grupo de comisionados es mandatado para cambiar el himno nacional de su país, al gusto del nuevo presidente. El encargo tiene perlas, de triste actualidad, como cuando los políticos corruptos y corruptores le ofrecen al músico: "No, ¿por quién nos toma? Cómo vamos a pedirle el 20 por ciento de sus honorarios. El 20 por ciento es para usted, el 90 por ciento para nosotros...".

Acto de Banania. También en clave política, el dictador de un imaginario, o no tanto, país sudamericano se dirige a su pueblo con afirmaciones de este calibre: "De no ser por nuestra acción de gobierno nuestras calles estarían llenas de pornografía, de corrupción, de violencia.... de gente..."; o "Me duele que se piense que éste es un gobierno autoritario, que no se piense eso... ¡es una orden!".

Iniciación a las artes marciales. "Les Luthiers" se desplazan a un monasterio oriental, ubíquenlo ustedes, en el que ofrecen consejos para alcanzar la sabiduría: "El camino es largo. Encontrarás la fuerza en Kyoto, encontrarás la destreza en Kuwen. Pero la paz... se encuentra en Bolivia"; o la recomendación de que las artes marciales "son parte de una filosofía, no deben ser consideradas un arma. Y por eso, recuerda, no hay como un buen revolver".

Encuentro en el restaurante. Rabinovich prepara un encuentro con su amada, a la que intentará encandilar con las interpretaciones musicales del resto de los componentes de "Les Luthiers". Ya desbocado, le espeta a su deseada: "Conozco un hotelito, con su lago, sus árboles... No parece un picadero".

Añoralgias. Con una de las geniales introducciones de Marcos Mudstock, los componentes de "Les Luthiers" interpretan una zamba brasileña, en la que se recuerda con nostalgia el pueblecito del que el autor emigró en su niñez. Un pueblecito añorado por su hermosura, pero no todo es lo que parece. Dice la letra: "Tierra que hasta ayer mi niñez cobijaba / siempre te recuerdo con el corazón / aunque aquel arroyito dulzón / hoy sea un hirviente torrente de lava / que por suerte a veces se apaga / cuando llega el tiempo de la inundación. (...) / Y si a mi pueblito volver yo pudiera / no lo haría ni mamado".

Pero a "Les Luthiers" siempre se vuelve, es un retorno obligado, porque son arte.

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