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Hablemos en serie

Esto ya lo hemos visto muchas veces

"Las chicas del cable" acumula topicazos, recluta caras guapas y tira de música anacrónica

Yon González y Blanca Suárez

Siguiendo los pasos de Velvet, Lo que escondían sus ojos y otros productos de prefabricación nacional, Las chicas del cable le da la espalda sin el menor sonrojo a las abundantes sombras de la gangrena social de la época (España, 1928) para proponer un refrito folletinesco protagonizado por chicos y chicas de perfecta dentadura, cutis impecable y vestidos como si fuera a salir en portada de "Vogue". Y guapos y guapas a rabiar, of course. Uso el inglés para estar a la altura cosmopoli(s)ta de Las chicas del cable, que inunda sus escenas de canciones escritas en la lengua de Shakespeare. Lo de poner música moderna a una historia que transcurre muchas décadas antes no es precisamente original. Recordemos la María Antonieta de Sofia Coppola, o Moulin Rouge y El gran Gatsby, de Baz Luhrman. La serie española usa esa forma facilona para ganar espectadores jóvenes y abusa de ella hasta el punto de convertir algunas escenas en una autoparodia involuntaria.

El guión es un buen ejemplo de texto de laboratorio. O de batidora de ideas. Estereotipos a mansalva, situaciones vistas ya hasta la extenuación, golpes de efecto manoseados a lo largo de los tiempos. Todo ello envuelto con una vistosa fotografía, unos decorados resultones y un reparto de caras bonitas que funciona con los personajes secundarios y se vuelve acartonado cuando Yon González y Blanca Suárez se adueñan del plano para intentar derretirlo con sus miradas abrasadoras.

Con un feminismo zarzuelero y un desprecio absoluto por la verosimilitud (y no olvidemos que esto la apadrina Netflix), Las chicas del cable recurre a una pelmaza voz en off que se empeña en soltar obviedades o hacer subrayados que no aportan nada. "¿Sabes cual es el peor enemigo de una mujer? La sumisión". Frases que parecen escritas por alumnos novatos de un taller de escritura se apelotonan en esta historia donde no faltan los militares que pegan a sus hijas, novios adolescentes que se separan a la fuerza (ay, dichosa maleta robada) para reencontrarse luego (ay, dichoso azar) cuando él es un yerno forrado y ella una mujer perseguida por las deudas y los deudores. Hay presuntos momentos "épicos", como cierta llamada internacional, otros de presunto suspense (esa caja fuerte golosa), tramas golpistas que se arrinconan a las primeras de cambio, maridos maltratadores, solidaridad entre mujeres, brotes dorados de lesbianismo, coitos arrullados por una canción en inglés, esposas que descubren el cotarro, embarazos de soltera y frases para la posteridad tipo "diez años no son suficientes para olvidarte", "hagas lo que hagas, los recuerdos siempre están a tu lado y los más importantes nunca podrás olvidarlos", "las personas que se dejan llevar por las emociones terminan bajando la guardia" o "uno no decide de quién se enamora pero elige con quien se queda". En fin, buñuelos de viento que manejan una vez más el dilema entre corazón y razón con un triángulo amoroso alimentando el tinglado. No todo es desechable en esta serie de materiales astutamente reciclados de otras creaciones de Ramón Campos y Gema R. Neira. Sale Concha Velasco, por ejemplo.

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