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Crítica / Música

El equipo de Don Gil

Alejandro Roy, encarnando a Don Gil en el Campoamor. LUISMA MURIAS

Presentación en una nueva producción debida al teatro Campomaor de Oviedo de "Don Gil de Alcalá", ópera cómica en tres actos. Aunque vano resulta el debate sobre si el título está a camino entre la ópera y la zarzuela, el mismo debate entre ópera y zarzuela carece de sentido, ya que el género español no es ópera porque prescinda de los diálogos -el singspiel también los tiene y no es zarzuela- ni deja de serlo cuando estos están; ópera cómica le viene como anillo al dedo. El mismo programa de mano parece que "minusprecia" -que diría la Belén Esteban- algo el género, nada comparable a la calidad de los mismos en la temporada operística ovetense, y no es por presupuesto. Aquí incluye las biografías de los cantantes, anuncio del festival de danza, anuncio de los conciertos del Auditorio, una página con los principales números musicales y, media página con el argumento de la obra en el que se omite -¿por qué?- algo importante, que la acción transcurre en el siglo XVIII, y que lo hace en México como parte del virreinato Nueva España. Será porque conviene. Es decir, parece que una opción cómoda -en ocasiones también ha sido plásticamente creativa en producciones míticas especialmente en la segunda mitad del siglo XX-, es que la dramaturgia, las unidades de tiempo y lugar, sea atemporal, lo cual, de paso, facilita en ocasiones las cosas de cara a la libertad de la producción, incluso reutilización de escenografías, etc. Sagi siempre hace planteamientos estéticos que agradan, aquí -con una escenografía base que viene de una producción finalmente no realizada del Arriaga-, se optó por una presentación plástica clara, literalmente diáfana -con predominio absoluto del blanco como color principal y dorado y plateado como secundarios-, en la que la iluminación -Eduardo Bravo- fue esencial para diferenciar los distintos ambientes escénicos, ya que la rectangular columnata que aparece en el escenario se mantuvo inalterable durante toda la función, sirviendo como claustro de un convento, salón de recepciones, una estancia íntima o un jardín versallesco, lo que causó mejor impresión en el primer acto, pero quizás resultó algo estática y, a pesar de algunos recursos habituales -como hacer bajar "chandeliers" para con ello escenificar un gran salón-, en general no fue una escenografía especialmente dinámica, sí siempre efectista. La referencia geográfica quedó aquí suficientemente clara por el gran telón escénico con parte del mapa del virreinato que aparece desde el inicio. Por otro lado, lo colonial adoleció en parte del exotismo del mestizaje. La orquesta -únicamente de cuerda- tiene un gran peso, y el cuidado sonido y la seguridad mostrada por la Oviedo Filarmonía, fue un pilar esencial en la representación, teniendo la fértil musicalidad del compositor levantino en ella una fiel intérprete. La dirección, muy musical, apenas se separó del foso, y no pudo con ello evitar algunos pequeños, pero nunca deseables, desajustes con el escenario. Hay directores que son muy claros y que dan, casi mecánicamente, todas las entradas a los cantantes incluso cuando no es absolutamente necesario; no fue el caso.

Los cantantes formaron -con algún secundario un poco menos resolutivo- un bloque sonoro muy compacto, en los concertantes esto fue claro, notorio, pudiendo destacarse la absoluta entrega de todos los protagonistas vocales sobre el escenario. La de Sandra Ferrández por descontado, fue una delicia escuchar su timbre, su musicalidad. La voz de Alejandro Roy es poderosa, ancha, quizás incluso grande si la consideramos en relación a una ópera de cámara -aunque hablamos aquí de 32 músicos en el foso-, pero Roy siempre lo da todo vocalmente, agudos incluidos; cosechó un gran triunfo en casa. También de la tierra David Menéndez, que con una soltura escénica y vocal de altura, se llevó el gato al agua, y encima remata con un brindis como "Jerez, este es er vinillo de la tierra mía" que lo bordó, otro claro triunfador. El tercer asturiano, Jorge Rodríguez Norton, realizó también un brillante papel cómico. Por cierto, a destacar en todos una dicción impecable. También estuvieron acertados en Javier Franco y David Rubiera, en lo escénico siempre efectivo Vicenç Esteve, aunque en lo vocal ya un tanto limitado. Bien el coro, también Marina Pardo y Boro Giner, en su más pequeños papeles cantantes. En resumen, un brillante título con excelente música, en una producción sin grandes pretensiones escénicas si se quiere, pero con un cuidado elenco vocal y la garantía de una dirección de escena de todo un Sagi, todo lo cual supuso una gran labor de equipo.

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