El ganador del XXIII Premio internacional de ensayo "Jovellanos" hizo ayer un alegato en favor del futuro pese a que, como se sabe, el porvenir suele ser un interrogante incómodo. Amador Menéndez (Oviedo, 1969), uno de los más destacados científicos asturianos en activo y colaborador de LA NUEVA ESPAÑA, citó al poeta portugués Miguel Torga, para recordar que la existencia de los milagros suele tener relación directa con el hecho de que alguien crea en ellos. Dicho de otra manera: las desgracias que la parte pesimista de la humanidad escruta como el signo inevitable del siglo en el que estamos (la robotización traerá por ejemplo, según algunos analistas, un desempleo insoportable), no son ni mucho menos un destino inmutable. Al contrario, si algo nos diferencia del resto de los animales es la capacidad humana para anticipar y dar forma a ese mismo futuro.

La lección de un científico con mucho de humanista (igual cita a Woody Allen que a la última eminencia en física) que desplegó algunos argumentos persuasivos al recoger en la casona natal de Jovellanos, en Cimavilla, un galardón que el jurado le concedió por unanimidad. Ha visto en el ensayo "Historia del futuro" una atinada introducción al mundo que está aquí por el parto de la última revolución científica y tecnológica. "Este libro es un viaje al futuro desde la esperanza", dijo Amador Menéndez, doctor en Química que trabaja y colabora con algunas de las más prestigiosas instancias, como el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).

¿Y por qué esa optimista visión cuando no escasean, también entre los científicos, quienes ven en el decisivo salto tecnológico de los últimos años (y en su potencial multiplicador) un sombrío paso hacía algún tipo de despeñadero. Para el científico asturiano, el gesto esperanzado y esperanzador está justificado porque "podemos diseñar" ese mismo futuro.

La nanotecnología, la inteligencia artificial o la biónica son disciplinas que pueden ayudar a hacer un mundo mejor. El desciframiento del genoma humano, el desarrollo de la alta computación o la unión de cerebro y máquinas pueden ser parteros de un porvenir más halagüeño. Como se ha dicho, la humanidad avanzará en esta centuria el equivalente a veinte mil años de progreso.

Amador Menéndez, quien se sintió afortunado por compartir el premio "Jovellanos" con escritores del fuste de Juan Pedro Aparicio (fue el ganador de la anterior edición), justifica ese optimismo en una superinteligencia colectiva que es resultado de la unión de personas y máquinas: "Será un fascinante futuro y será un viaje rápido".

Pedro de Silva defendió en nombre del jurado esta "Historia del futuro". Ediciones Nobel convoca este premio, que está patrocinado por el Ayuntamiento de Gijón, representado ayer por la concejala de Cultura, Montserrat López, y por Caja Rural. "Es un libro de mucha importancia y de lectura necesaria para el momento en el que estamos", aseguró el escritor y ex presidente del Principado. A su juicio, el ensayo de Amador Menéndez tiene la virtud de calar en "algunos de los territorios en los que se dirime el futuro de la humanidad".

"Nos ha tocado vivir una época en la que se produce una gran salto cualitativo; no sé si es para bien o para mal, o si nos hará felices, pero es así", dijo Pedro de Silva. El también articulista de este diario hizo resaltar otro de los méritos del texto del último ganador del "Jovellanos: hace un fino diagnóstico de la realidad científica y tecnológica de nuestros días, pero no escurre el bulto de las necesarias respuestas sociales, políticas y económicas a un nuevo mundo que puede aportar grandes desigualdades si no se adoptan medidas. "Sólo se abordarán si planificamos", añadió Pedro de Silva. Éste recordó que Amador Menéndez propone, en este sentido, el salario social universal.

Fue una tarde de emociones. Amador Menéndez recordó a sus padres y hermanos. Pelayo García, director de Ediciones Nobel, dijo una frase oportuna: "Nuestra labor no tendría sentido sin las palabras, propiedad de los poetas". Y es que, además del "Jovellanos" de ensayo, se entregó también el premio internacional de poesía "El mejor poema del mundo". Su ganadora, la coruñesa Emma Pedreira (1978), tuvo una emocionada intervención que hiló a partir de una carta a Rosalía de Castro y Virginia Woolf. Una defensa del cuarto propio y de la independencia económica de la mujer. Y un canto también a la lengua materna: "Mi lengua es mi cuarto propio y mi independencia".

Emma Pedreira ha logrado esta cuarta edición del premio "El mejor poema del mundo" con un texto en gallego, "Lista da compra da viúva". Se impuso, en opinión del jurado, a otros 1.092 con origen en 41 países distintos.