El encomiable empeño de Richard Gere por desprenderse del ya inadecuado sambenito de galán clásico ha encontrado en Norman al personaje ideal para mostrar una madurez interpretativa casi perfecta, alejado por completo de los tics y posturitas que desparramó durante la mayor parte de su carrera. Este hombre arreglatodo o conseguidor profesional le viene como anillo al dedo al actor para dar encanto al persuasivo (y un poco plasta a veces, todo sea dicho) Norman, al que el destino le prepara una buena jugada gracias al inesperado ascenso a la cumbre de alguien a quien echó una mano (o un pie, mejor) cuando estaba en sus momentos más bajos. Joseph Cedar utiliza a este vendemotos de agenda extensa para construir una metáfora un tanto simple aunque por momentos efectiva de los usos y costumbres de la maquinaria capitalista y política. Cedar lo fía todo a su cascada de diálogos, unas veces punzantes y otras simplemente ocurrentes, dejando que sea Gere el que lleve todo el peso de la narración, visualmente plana cuando no apática. Como ocurría en la superior El caso Sloane (con la que comparte el ansia por emular a Aaron Sorkin y sus guiones verborreicos) la película hace que sintamos simpatía por alguien que engaña y miente como habla al servicio de intereses harto discutibles.