A veces hace falta un monstruo para combatir a otro monstruo. Es tentador adjudicar esa solemne frase de La momia al guionista David Koepp, que distingue muy bien entre los trabajos alimenticios (la mayoría) y los nutritivos ( Atrapado por su pasado en cabeza). Y que aquí comparte autoría con otros cuatro colegas, lo que explica el desequilibrio evidente y pertinaz de la película, a ratos incoherente.

Mientras Koepp parece el encargado por sus antecedentes de dar un cierto toque trascendente a la historia cuando se habla del bien y del mal, se reflexiona sobre la monstruosidad y se apela al sacrificio como una manera profunda de encontrar la redención, el resto tiene toda la pinta de ser obra de los otros guionistas acreditados (entre ellos el Christopher McQuarrie que arrancó de forma brillante con Sospechosos habituales), sin contar las manos en la sombra que debieron meter baza en el proyecto, incluidos Tom Cruise y Russell Crowe.

Pero dejémonos de conjeturas, que engordan, y pasemos a los hechos: La momia es muy entretenida. Y lo es incluso (o sobre todo) cuando se pasa de rosca. Se le pueden buscar las cosquillas con frecuencia (la historia de amor patina, como siempre pasa con Cruise, y los golpes de humor no tienen gracia, sobre todo con el personaje del ayudante cómico) y da la sensación de que las secuencias en las que los efectos especiales se adueñan de la función están programadas por un ordenador para espabilar a los espectadores cada equis minutos, pero, al final, esa mezcla de tipos del incansable Cruise que nos conocemos de memoria llena la pantalla de fogonazos que obligan a tener los ojos bien abiertos. Como es un buen actor (lo ha demostrado con creces, aunque prefiera papeles cómodos), en el tramo final sale airoso cuando se necesitan matices dramáticos (no como Annabelle Wallis o Sofia Boutella, pelín sosas) más allá de la pura acción. Y sus escenas con Russell Crowe (desaprovechado, así no se trata al doctor Jekyll) son un tenso duelo entre dos estrellas que se disputan la supremacía en el plano.

La momia tiene sus mejores momentos cuando merodea el espíritu de serie B de los terrores clásicos y se llena de cruzados fantasmagóricos, momias con andares de zombi, tumbas sombrías o pactos con el malvado dios Seth. Y tiene una escena memorable: una persecución subacuática entre sarcófagos que se abren. Por cierto: la única que da algo de miedo en una película que de terror tiene poco.