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La Espuma De Las Horas

La partitura cautiva del Tercer Reich

Las filarmónicas de Viena y Berlín, y la sumisión de la gran música al nazismo

Wilhelm Furtwängler dirigiendo a la Filarmónica de Berlín durante el nazismo en Alemania.

Leyendo sobre las relaciones de los nazis y el arte, y la sumisión de algunos músicos al Tercer Reich, hallé la exculpación de Leonard Bernstein considerada por muchos judíos como una terrible frivolidad. En 1966, en el tiempo en que dirigió por primera vez la Filarmónica de Viena, Bernstein escribió a sus padres contándoles que se encontraba disfrutando enormemente de la vieja capital austriaca. "Hay muchos recuerdos tristes aquí si uno se ocupa de los que fueron nazis y aún siguen siéndolo, y nunca estoy seguro de si entre el público que grita bravo en los conciertos podría haber alguien que hace veinticinco años no hubiera dudado en ordenar mi ejecución. Pero es mejor perdonar, y si es posible olvidar. La ciudad es tan hermosa y llena de tradición, todo el mundo vive en ella para la música, especialmente la ópera que parece haberse convertido en la nueva heroína". ¿Vendía Bernstein su alma al diablo con tal de poder justificarse a sí mismo y trabajar en una orquesta con unos maestros especialmente dotados para interpretar a Mahler?

La pregunta serviría para indagar en el papel de otros grandes directores que, aunque sin tener orígenes judíos, aceptaron mirar para otro lado y seguir a lo suyo en medio del horror con tal de mantener su estatus. La historia de la música clásica bajo el Tercer Reich es uno de los capítulos más sórdidos en los anales de la cultura occidental, una especie de critica de la complacencia colectiva. Todos los músicos conocidos, sin excepción, que abandonaron Alemania o Austria en protesta cuando Hitler llegó al poder en 1933 eran judíos o tenían lazos cosanguíneos con ellos. Al contrario de lo que sucedió con otros artistas significativos, escritores, cineastas, etcétera, la mayor parte de los no hebreos que decidieron salir más tarde, como son los casos de Paul Hindemith o Lotte Lehmann, se sabe ahora que lo hicieron no porque desearan irse por principios sino porque no llegaron a acuerdos satisfactorios con la administración nazi. Los demás, entre ellos Wilhelm Furtwängler, Karl Böhm, Walter Gieseking, Herbert von Karajan o Richard Strauss, permanecieron detrás del Reich e incluso sirvieron a sus jerarcas.

Las filarmónicas de Berlín y Viena se mostraban tan dispuestas a congraciarse con el nazismo y obtener beneficios de Hitler y sus secuaces, que expulsaron a sus miembros judíos y dejaron de interpretar la música compuesta por autores de raza hebrea. La Filarmónica de Viena prolongó hasta bastantes después de la Segunda Guerra Mundial su prestigio de orquesta más antisemita de Europa. Helmut Wobisch, primer trompetista y director ejecutivo entre 1953 y 1968, había sido miembro de las SS y espía al servicio de la Gestapo. Todo el mundo lo sabía y nadie se atrevía a hablar de ello públicamente.

Tampoco en la Filarmónica de Berlín hubo el menor intento por encubrir la estrecha relación de la orquesta con el Tercer Reich, los lazos nazis de Von Karajan, su director musical desde 1956 hasta poco antes de su muerte en 1989, jamás dejaron de ser un asunto público. Dieciocho años más tarde se divulgaría un estudio documentado de las actividades de la orquesta durante la guerra. En cuanto a la de Viena se negó hasta 2008 a facilitar sus archivos institucionales a los estudiosos. Entonces fue cuando Fritz Trümpi, un investigador austriaco, tuvo acceso a los registros y se pudo conocer su verdad condenatoria bajo el nacionalsocialismo.

Las dos orquestas se convirtieron en los juguetes de sus amos políticos. La Filarmónica de Berlín fue embajadora cultural del Reich con el patrocinio de Joseph Goebbels. Emprendió giras por países aliados y otros ocupados, mientras que la de Viena floreció bajo la protección de Baldur von Schirach, el gauleiter local. Profundamente arraigada la competencia entre las dos instituciones musicales de élite y sostenida por una larga tradición de rivalidad austroprusiana, ambas obtuvieron renovadas energías dentro de la cultura política enredada del Tercer Reich. Las dos lograron sus nichos y sus recompensas, como cuenta Trümpi en "The Political Orchestra", un libro que entre otras cosas sirve para comprobar lo complicado que resulta aferrarse a la creencia de que el gran arte ennoblece al espíritu.

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