no parecía llamada a escalar grandes cimas del cine a tenor de sus comienzos en el cine. Con títulos tan olvidables y olvidados como Los bicivoladores, que seguramente ella borraría de un plumazo si un mago bondadoso le concediera ese deseo, su carrera era cualquier cosa menos deslumbrante. Pero los vientos soplaron a su favor y se embarcó, recién abandonada una pubertad más bien insípida que obstaculizaba sus progresos, en Calma total, bajas pasiones y tensiones carnales en alta mar en la que Philip Noyce mostraba una habilidad de la que luego se desprendería cuando fue reclutado por Hollywood.

Kidman mantenía el tipo junto al siempre convincente Sam Neill en una intriga de final contundente que los enfrentaba a un sicópata al que recogían en su embarcación sin saber que con él llegaba el pánico. Primero atormentada y frágil, luego valerosa y despiadada a la hora plantarle cara al asesino de marras, Kidman llamó la atención de la Fábrica de sueños por su belleza poco habitual: débil y arrogante al mismo tiempo, altiva y misteriosa, un poco blanda, pero con suficientes aristas para merecer una oportunidad. La calzaron de cualquier manera en Días de trueno, un festival de ruido y furia sobre el asfalto con muchas carreras de coches, un guión de segunda mano y mucho plano de postal a cargo de Tony Scott.

Un título destinado a la papelera que sólo le sirvjó para conocer a su futuro marido, Tom Cruise. Tras hacer méritos en la correcta pero poco estimulante Billy Bathgate (al casi siempre solvente Robert Benton se le atragantó un material de primera categoría), Kidman se arrimó a su flamante esposo en Un horizonte muy lejano, confirmación de que Ron Howard, el mismo al que han llamado a prisa y corriendo para terminar la película sobre Han Solo, no se ha dado cuenta de que para hacer grandes películas no basta con ensanchar el formato, abrir el grifo de los extras y soltar toda la ampulosidad que se lleva dentro. Además, la pareja por mucha física que hubiera entre ellos, no acababa de conseguir la química deseada aunque se forzara la situación erótica en la muy comentada escena en que Kidman "fisgonea" las partes íntimas de un Cruise desnudo y aparentemente dormido sobre la cama.

Separaron sus carreras y Kidman llevó la suya por senderos más brumosos: Malicia y, especialmente, Todo por un sueño, le quitaron almíbar5 e hicieron de ella una actriz a tener en cuenta, a pesar de errores como Mi vida o Batman forever.

Cumplidora en la alcanforada Retrato de una dama, poco convincente junto a George Clooney en la apática El pacificador y graciosa en Prácticamente magia, Kidman y Cruise, ya casados, se lo jugaron todo a la carta del genio Eyes wide shut, un testamento cinematográfico que sería, a la postre, un réquiem por el matrimonio tras un rodaje infernal e interminable. No se sabe si se consideran recompensados pero su trabajo en la película es perfecto.

Y llegó Moulin Rouge, la madre de todos los excesos. Como escribiría el desdichado protagonista en su convulsa máquina de parir ideas para su amada, Nicole Kidman está «espectacular, spectacular» (con «s» líquida de «splendor») en cada una de las imágenes del desmelenado musical de Baz Luhrmann. Desde su aparición deslumbrante sobre un mar de cabezas asombradas hasta su gran momento trágico sobre un lecho de pétalos de rosa, Kidman confirmó que vivía su mejor momento profesional: en la cartelera también brillaban sus ojazos azules y su talento ilimitado en Los otros, terror elegante aunque al final decepcionante de Alejandro Amenábar.

Dos papelones que coincidían con su maltrecha vida sentimental. Separada de Tom Cruise, Kidman crecía como actriz, como mujer (quién la vio como esmirriada y blanda actriz novata llegada de las Australias, quién la veía de pronto como fabricante de algunos de los primeros planos más impresionantes que se recuerdan), y como estrella: ni Julia Roberts le hacía sombra en versatilidad y seducción.

El principio de siglo no podía ser mejor. Y en 2002, con una nariz falsa que daba autenticidad a su personaje, se enfrentó nada menos que a Julianne Moore, Nicole Kidman, Nicole KidmanEd Harris y Toni ColletteLas horas

La pantalla le sonreía a Kidman, pero tras atreverse a rodar con Lars von Trier (Dogville) encadenó una mala racha de títulos que, sin ser malos, estaban lejos de ser buenos: La mancha humana, Cold Mountain, Reencarnación o Las mujeres perfectas fueron un frenazo en toda regla, agravado por los fracasos de La intérprete, Embrujada, Invasión o Australia.

Empeñada en hacer malas elecciones (incluida su afición a los retoques estéticos que la dejaron sin expresión y la hacían aparecer más en los medios por ellos que por sus películas), Kidman, que fue escogida para encarnar a Grace de Monaco en un inservible biopic al tiempo que mostraba su lado más embarrado en El chico del periódico, no dudaba en trabajar con cineastas poco convencionales pero sería la muy convencional Lion la que revitalizaría su carrera con nominación al "Oscar" incluida. Su alabado trabajo en la serie Big Little lies y en la película La seducción, remake del clásico El seductor, de Don Siegel, parecen presagiar buenos tiempos para la actriz, felizmente superada su obsesión por la eterna juventud y dispuesta a asumir sus 50 años demostrando que es mucho más que una cara hermosa.