Víctor Ullate había prometido traer a Oviedo una Carmen del siglo XXI, y precisamente eso es lo que ofreció en la tarde noche de ayer a un Teatro Campoamor que registró lleno. El coreógrafo ha armado un espéctaculo híbrido, mezcla de ballet y vídeoinstalación, que sin renunciar a la rica herencia que emana del texto de Prósper Mérimée y a las señas de identidad de la ópera de Georges Bizet, proyecta sobre el mito su propia visión, su talento, para presentar una versión de Carmen inexplorada.

Era difícil no pensar, al entrar en el atestado patio de butacas del Campoamor, en la Carmen feminista y contestataria que María Pagés presentó, también en Oviedo, en febrero. Mas, tras contemplar el espectáculo de Ullate, se podría hablar de visiones contrapuestas tanto en la temática como las herramientas y en un despliegue visual que, si en el "Yo, Carmen" de Pagés tiende al minimalismo, en el "Carmen" de Ullate es abiertamente voluptuoso.

La fusión de vídeo y danza ofreció resultados siempre sorprendentes, ya fue en la gran pieza musical del desfile -una proyección en la que irrumpe la serpeteante de todos, a un lado y otro de la pantalla-, como en aquellos números en los que ocupa el lugar del telón de fondo. Aunque en algunos casos Ullate optaba por motivos abstractos, esta solución brillaba especialmente en el número de la cárcel, o en el montaje en el que los bailarines desatan su sexualidad tras unos ventanales que recuerdan los escaparates del Barrio Rojo de Amsterdam.

Pero todo este despliegue, en el que también se debe incluir el vestuario ideado por Anna Güell y la música de Oviedo Filarmonía, cobraba sentido merced al desempeño del soberbio cuerpo de baile en el que, pese al evidente protagonismo de Marlen Fuerte (Carmen) y Josué Ullate (Don José), el coreógrafo dejó espacio para el lucimiento de todos. El público salió tan enstusiasmado que incluso disculpó una momentánea avería en la iluminación del tearto que obligó a detener, sólo por unos instantes, una función inolvidable.