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"La quietud", una inquietante y emotiva obra sobre adopciones

Ignacio Ferrando profundiza en los dilemas de la paternidad

Tusquets, 19 euros, 393 páginas

El escritor asturiano Ignacio Ferrando ha escrito una de las mejores novelas españolas del año: La quietud. Una obra de apasionante lectura cuya semilla es una historia que le contaron unos conocidos. Es la siguiente: "Tenían unos amigos que estaban tratando de adoptar un niño en la Federación Rusa. Llevaban varios años en ello y la asignación les había llegado con meses de retraso, cuando ellos ya no existían como pareja. El hecho de que mi mujer y yo estuviéramos inmersos en un proceso adoptivo hizo que, desde el primer momento, surgiera una conexión empática con aquella historia. La pareja de mis amigos nunca adoptaron, pero desde esa misma tarde empecé darle vueltas a la hipótesis: ¿y si lo hubieran hecho? ¿y si hubieran ido a adoptar a ese crío estando separados? ¿qué podría haberles movido a hacerlo? Me interesaba mucho el conflicto moral que se abría ante un protagonista que es capaz de actuar de este modo y que, en realidad, hablaba de todas la parejas que para reconstruirse deciden tener un hijo".

Las personas, y eso lo sabe muy bien Ferrando, "siempre estamos en proceso de transición, de cambio. Una de las grandes transiciones es la paternidad y, por tanto, implica un cierto grado de metamorfosis. Renuncias a ciertas cosas y, sin darte cuenta, asumes la identidad de tu padre -como concepto, claro- y te conviertes en las cosas que admiras de él y también en las que desprecias. Héctor, el protagonista de La quietud desbanca a su padre a través de Dimitri y su decisión acarrea una serie de consecuencias que, durante gran parte de la novela, él se niega a reconocer.

En su anterior obra, La oscuridad, la historia transcurría en Noruega. Aquí, en Siberia. Esa atracción por lejanos paisajes "es más bien casualidad. Mi criterio a la hora de ambientar tiene más que ver con el hecho de que el escenario elegido me ayude a hablar del conflicto del protagonista y que el paisaje se convierta en un personaje más. En La oscuridad usaba la metáfora de la noche ártica como un estado de confusión mental. En La quietud hay dos escenarios: Madrid y la parte oriental de la Federación Rusa. Los personajes no son los mismos aquí y allá. El frío, el aislamiento y ese desierto -geográfico, pero también emocional- sustituye su indiferencia urbanita por el interés común. Ya no discuten, sino que se escuchan. El enemigo es otro".

Ferrando es ingeniero. Y es inevitable que eso repercuta en el texto. "Y es inevitable. En mi opinión, es un error tratar de disimular lo que somos. Eso lo aprendí en Nosotros H, donde llevé la literatura y la arquitectura -mis dos grandes pasiones- a la máxima expresión de lo que yo podía hacer. Mi modo de enfrentar el proceso de escritura de una novela como La quietud tiene mucho que ver con la estructura y cuestiones de índole técnica, pero donde yo creo que más se nota mi formación es en los temas que elijo. El protagonista es arquitecto y aparece Konstantín Mélnikov. En Un centímetro de mar, el protagonista debía alcanzar un centímetro del Mar del Norte en un instante preciso y se embarcaba en un barco de pesca. También me gusta que en mis novelas, además de cornisas, aparezcan aleros, impostas y molduras, y que cada cosa tenga su nombre exacto". Lo dicho: ingeniería literaria de primera calidad.

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