François Truffaut fue monaguillo antes que fraile cinematográfico: y qué fraile. Los cuatrocientos golpes, Jules et Jim, Besos robados, La sirena del Mississippi, El pequeño salvaje o La noche americana son títulos imprescindibles de la historia del cine. Antes de ponerse tras las cámaras, Truffaut fue un apasionado crítico desde 1954 en revistas como "Cahiers du Cinema" y "Arts et spectacles".

Pero esta historia de amor por la gran pantalla arrancó años antes. Nacido en 1932 en París, el futuro cineasta empezó a visitar las salas oscuras. Gran lector pero pésimo estudiante, a los 14 años plantó la escuela y se puso a trabajar. Un año después montó un cine club que le permitió entrar en contacto con el influyente crítico André Bazin, que "apadrinó" su salto a "Cahiers", publicación que fue un ariete contra el apolillado cine de "qualité" habitual en la industria gala y abonó el terreno para el nacimiento de la Nouvelle Vague, movimiento que cambió la historia del cine europeo y alcanzó, incluso, a Hollywood.

En 1949 escribió un texto elocuente sobre su relación con el Séptimo Arte: "Amo el arte y particularmente el cine, considero al trabajo como una mera necesidad y a aquellos que no aman su trabajo como quienes no saben vivir, detesto las aventuras y trato de evitarlas. Tres películas por día, tres libros por semana y la música me bastarán hasta el día d emi muerte a la que temo. Mis padres lo son por azar y los considero como a extraños. No creo en la amistad ni en la paz. Si miro por demasiado tiempo al cielo la tierra me parece un lugar horrible".

Así que miraba al cielo de las pantallas y luego era capaz de hacer críticas sobre lo que veía no solo sagaces y originales sino bellas y capaces de transmitir al lector su pasión por una obra sin caer a pedanterías o tópicos. Se podrá estar de acuerdo o no con sus opiniones, pero la honestidad y rigor que emplea al exponerlas es admirable.

Para conocer esa faceta del futuro autor de "El cine según Hitchcock" es imprescindible L as películas de mi vida, una recopilación de artículos (con La ventana indiscreta en portada, nada menos) en la que figuran textos prodigiosos sobre John Ford, Jean Renoir, Dreyer, Lubitsch, Chaplin, Fritz Lang, Frank Capra, Robert Aldrich, George Cukor, Sam Fuller, Elia Kazan, Stanley Kubrick, Anthony Mann, Alain Resnais, Claude Chabrol, Billy Wilder, Luis Buñuel... Se ha escrito muchísimo sobre todos esos cineastas y sus películas pero la mirada de Truffaut antes de convertirse en colega de ellos aporta siempre una idea novedosa, abre caminos de reflexión no transitados, hace de la crítica de cine un arte más.

Se pregunta: "¿Fui un buen crítico? No lo sé, pero de lo que estoy seguro es de que siempre me colocaba del lado de los pateados contra los pateadores. Mi placer a veces comenzaba allí donde se acababa el de mis colegas: en los cambios de tono de Renoir, en los excesos de Orson Welles, en los descuidos de Pagnol o de Mitry, en los anacronismos de Cocteau, en la desnudez de Bresson. Creo que no era snob en mis gustos. Suscribía la frase de Audiberti: 'El poema más oscuro está abierto a todo el mundo. Sabía que, comerciales o no, todas las películas eran 'comerciales', es decir, objeto de compra y venta".

Y "pensaba que una película, para estar lograda, debía expresar simultáneamente una concepción del mundo y una concepción del cine. Hoy, a todas las películas que veo les pido que expresen o bien la alegría de hacer cine o bien la angustia de hacer cine, y me desintereso de todo lo que no sea eso, es decir, de todas las películas que no 'vibran'".

Créanme: los textos de este libro son buenos ejemplos de crítica que vibra.