Leyendo la novela "Matar a un ruiseñor" de la escritora Nelle Harper Lee, nos damos cuenta de que cuando seamos mayores todos queremos ser Atticus Finch, ese abogado que en plena Gran Depresión norteamericana se atreve a defender a un hombre negro acusado de violar a una chica blanca en la Alabama intolerante y racista de la América más profunda. Pero es en la adaptación de la novela llevada al celuloide por Robert Mulligan en 1962 cuando vemos a un enorme Gregory Peck -que se alzaría con el Óscar por su papel- y entendemos que estamos ante un superhéroe más grande que Supermán, Batman y Spiderman juntos, con lo que ya no anhelamos ser como él porque nos parece imposible, sino simplemente queremos mostrárselo a nuestros hijos para que entiendan el valor universal de la tan maltratada justicia. La historia está narrada por Scout, la perspicaz hija de Atticus, una niña de seis años inseparable de su hermano mayor Jem, cuya inocencia se ve amenazada por la sinrazón que gobierna un pueblo que simboliza el mundo de sombras y luces, de infinitos matices que todos llevamos dentro. Esta es una película mayúscula que todos los niños del mundo deberían ver junto a sus padres.