Más difícil todavía, la Universidad de Oviedo se despojó ayer de todos sus ropajes institucionales y convirtió la noble sede de su paraninfo en un espacio para la autoparodia de la parodia. Suena raro pero se entiende mejor si se explica que los protagonistas eran el premio "Princesa de Asturias" de Comunicación y Humanidades, Les Luthiers, y que su célebre personaje Johan Sebastian Mastropiero fue el objeto de análisis de seis sesudos "catedráticos", como los llamó Marcos Mundstock, en un "curso poco extenso de extensión universitaria".

El homenaje, que era de lo que se trataba, salió tan redondo que los estudiantes que un día comenzaron a gastarse bromas en el coro de ingenieros de la facultad, acabaron escuchando un "Gaudeamus Igitur" en versión oficial, primero, y brillante deformación "lutheriana", después.

Lo mismo les sucedió con las seis intervenciones de los ponentes, presentados por Miriam Perandones y Antonio Errasti, profesores transmutados en coordinadores de la sesión de mastropierología. Marcos Mundstock, Carlos Núñez, Carlos Puccio y Jorge Maronna no pudieron evitar la sonrisa, la risa ni, incluso la carcajada, escuchando los análisis delirantes, inspirados en sus propias obras.

En la despedida, Maronna confesó que esa es la clave. Sus historias son tan buenas que sobrevivirán a los propios autores. "Seguirán más allá de nosotros", profetizó pensando en un futuro del grupo que no cuente ya con ninguno de los miembros fundadores.

Y eso, humor Luthier sin Luthiers, fue un poco lo que se disfrutó ayer en un edificio histórico que llenó todas las salas previstas para seguir el homenaje. Antonio Rico inició las ponencias con una aproximación a la obra de Mastropiero desde el punto de vista de la comunicación. Una producción, razonó, ante la que el propio Cassirer "hubiera llorado al ver que hasta el tarareo tiene significado". En su cierre y despedida propuso que después del "Princesa" les den a los argentinos el Nobel de Luthieratura.

Enrique Mastache habló de Mastropiero y la Filosofía. Citó el teorema de Tales, se preguntó si el autor había sido más aristotélico que tomista, aludió a su epistemología amorosa y concluyó que "la filosofía no alarga la vida pero la ensancha; y, sobre todo, cómo hemos disfrutado".

Félix Fernández de Castro habló de lingüística, de cómo el "Romance del joven conde" le ganó la complicidad de sus alumnos con esos juegos fonética y el triunfo en muchas fiestas con un vhs pirateado cuando él era un pobre desgraciado. La musicología ocupó la disertación de Alejandro Villalibre, que agradeció a los argentinos haberle llenado de tantas referencias que le hicieron luego sonreir al descubrir las resonancias de obras como "Las sílfides (cómo combatirlas" de Chopin pasado por Mastropiero. Ignacio Ortega dio las claves dramáticas del maestro, y de logros como el paso del monólogo al biólogo dramático (cuando aparece otro).Y Pablo Martínez trató del humor con precacución: "Diseccionarlo es como diseccionar una rana. Ayuda a que se entienda mejor pero es difícil que salga viva de la operación". Su aportación fue el oftalmólogo Casimiro Montoto, que trató a Mastropiero, y las aventuras con sus hijas.

Todo guiños a mayor gloria de estos "hombres del Renacimiento, y no por su edad".

Y todos se alegraron.