Si la escritura poética es tarea solitaria, según Adam Zagajewski explicó a este diario durante la mañana de ayer, mientras el cielo carbayón mecanografiaba una llovizna gris de poema polaco, nada más reconfortante que poder mirar a los ojos a más de mil quinientos lectores citados para eso: para la celebración de la poesía. La juanramoniana inmensa minoría. Ocurrió algunas horas después, durante la tarde, en el palacio de exposiciones y congresos "Ciudad de Oviedo", o sea, entre las vertebras homéricas que ideó Calatrava. Allí, el Premio "Princesa de Asturias" de las Letras de este año se mostró, desde su seriedad con un punto de esa ironía que aguza la mirada, como poeta atento y afecto a la ecuménica cofradía de los letraheridos. Hizo dos reverencias.

Una cita gozosa, pues, para quien escribe desde la compañía interior pero sin renunciar al lector, uno de los pecados, a su juicio, de cierta poesía hermética que sigue dándole vueltas de tuerca al legado de Mallarmé. Participantes en ciento quince clubes de lectura de ocho comunidades autónomas: Asturias, Cantabria, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Galicia, Madrid, Navarra y País Vasco. "Tenemos quince días para leer los libros, luego los comentamos y, a veces, vemos una película relacionada con lo leído", comentaban dos segovianas al pie del quiosco instalado en el vestíbulo del palacio de congresos por Alba Cañedo. Colas en su mostrador para esperar una caligrafía de la artista, con algún verso preferido de las solicitantes. Mejor el femenino plural, pues eran contundente mayoría las mujeres que participaron en "Poemas al vuelo". Un título acertado, pues no hay libro de versos que no tenga algo de pajarería canora y voladora.

Es el quinto encuentro de estas característas que se celebra con los ganadores del "Princesa de Asturias" de las Letras, según explicó la directora de la fundación que lleva el título de la heredera de la Corona española. "Dais sentido a lo que hacemos y hacéis a su vez sociedad, ciudadanía, cultura", dijo Teresa Sanjurjo. Muy aplaudida cuando dedicó un "recuerdo especial" a aquellos lectores procedentes del suroccidente asturiano y de Galicia, tierras devoradas estos días por la multiplicación de los incendios.

Zagajewski, al que le gusta lucir americana pero sin corbata, fue presentado por Juan Manuel Bonet, poeta él mismo, erudito crítico de arte y director del Instituto Cervantes. Ambos se conocieron en París, así que optaron por la lengua de Baudelaire. Bonet, que felicitó a la Fundación por "acertar" con un premiado traducido "por suerte" al castellano y el catalán, hizo un repaso de la biografía y trayectoria del galardonado "para dar pistas".

Zagajewski es sobre todo y fundamentalmente poeta ("Tierra del fuego", "Deseo", "Antenas", "Mano invisible", "Asimetría), aunque es autor asimismo de una obra ensayística de calado ("En defensa del fervor", "Dos ciudades", "Solidaridad y soledad") y de la muy recomendable miscelánea "En la belleza ajena" (memoria, páginas de diario, aforismos). Ha dicho en alguna ocasión que su obra novelística no merece demasiado la pena. Se ha concentrado en el verso y en la reflexión sobre qué es eso a lo que seguimos llamando poesía.

Y surgió el asunto de Polonia. Ese país hostigado por gigantes y martirizado por la historia. El nacimiento del poeta en Lwow, que abandonó con su familia siendo aún un bebé: "Es el mito familiar". "Es complicado ser polaco, aunque sólo pensamos en ello de forma esporádica", señaló. Recordó su juventud estudiantil en la docta Cracovia; cómo el estalinismo de la época llegaba incluso a convertir en grisalla la histórica ciudad: "Era hermosa, me fascinaba, pero el comunismo neutralizaba aquella belleza".

Bonet le preguntó al poeta por el movimiento literario disidente "Nueva Ola", al que perteneció. Por su relación con los vivos y los muertos, no sólo los ilustres: "La humanidad vive, pero está la autoridad de los que nos han precedido". Exiliado por amor y política en Alemania y Francia; profesor en universidades estadounidenses durante años, el director del Cervantes preguntó a Zagajewski si se consideraba un "poeta turista". "Durante años fui un artista errante, pero no me considero un poeta viajero, aunque adoro el Mediterráneo: Italia, Grecia o España; es mi amor".

Zagajewski confesó que fue a París, en 1982, "por una mujer". Habló con pasión de esta ciudad. Y de poetas de los que fue amigo o a los que admira: de Joseph Brodsky a Derek Walcott, de Vladimir Holan a Yves Bonnefoy, Gottfried Benn o Paul Celan. Cerca del poeta está siempre su mujer, Maria Zagajewska.