Mariano (Rajoy), te hablo a ti, es una gran emoción y alegría para mi poder estar aquí y recibir el premio "Princesa de Asturias" de la Concordia a la Unión Europea.

Quiero dar las gracias a la Fundación por este homenaje a los méritos y a los principios fundamentales de la Unión Europea. Méritos y principios que han permitido que Europa sea hoy en todo el mundo un símbolo de paz, y democracia y de libertades. Muy pronto les voy a liberar porque es la única parte en español de mi discurso.

Como Europa, puedo progresar, yo puedo progresar en español y Europa puede seguir progresando. Esta palabra concordia es una palabra evocadora para mí, es una palabra que me habla y que me dice muchas cosas, es una palabra que hace referencia a la intersección, a la comunión entre el corazón y la mente. Los corazones y las mentes. Y en esa palabra la concordia se refleja perfectamente la naturaleza de la Unión Europea. Ya que la Unión Europea también es una cuestión de espíritu de mente, obviamente, pero también una cuestión de corazón. Y esta hermosa ciudad de Oviedo se dirige a ambos, al corazón y al espíritu. Es la segunda vez que estoy en Oviedo y tengo ocasión de visitar la ciudad, pero esta vez es un poco diferente, he visto banderas españolas por todas las calles y es una visión hermosa.

En efecto, Europa, esta vieja Europa, siempre joven no obstante, siempre activa, a veces deprimida pero alegre, y que nos ha permitido gracias a la paz dejar tras nosotros las largas noches de oscuridad. Creo que es indispensable, es necesario recordar a veces, incluso siempre, que la paz, esa paz continental de la que gozamos después de tanto martirio y desgarro y dolor, esa paz no es el fruto de la evidencia.

La paz es una conquista, es una conquista de todos los días, y demasiado a menudo olvidamos aquellas biografías rotas interrumpidas, a veces definitivamente, de las generaciones de nuestros padres, madres y abuelos. En las cárceles, en los campos de concentración, en los campos de batalla, en la miseria más absoluta, en la desesperación más integral, nuestros padres, nuestros abuelos, siempre han alimentado en el fondo de su corazón ese sueño eterno del "nunca más esto". Ellos han rechazado esto para nuestras generaciones y es su mérito no es el nuestro. Acabar con las guerras, las rupturas y el rechazo del otro. Con muchas fuerzas y gracias a imaginación, gracias a una voluntad real renovada cada día, aquellos que nos precedieron han transformado ese sueño de la posguerra, ese sueño de "nunca más la guerra", lo han transformado en un programa político cuyos defectos benéficos hemos sentido hasta hoy.

Ellos han opuesto a la fuerza estúpida de las armas la fuerza del derecho. La fuerza del derecho, que es un principio fundamental de una Unión Europea libremente consentida. En efecto la fuerza de nuestra unión, su poder, su poder suave, si me permiten ese calificativo, es reposar y fundamentarse en el derecho, la regla del derecho. Es la regla, la norma del derecho la que nos construye un espacio en el que nos sentimos protegidos, que nos protege, que nos permite vivir juntos, que nos permite respirar juntos, incluso, en una convivencia armoniosa y respetando todas las diferencias.

España ha conocido todos los tormentos y las dificultades que han marcado el ritmo de la evolución europea en el siglo XX. España es una fuerza motriz de Europa y el lugar de España es, y seguirá siendo, estar en el corazón de Europa. Sin España, Europa sería mucho más pobre.

Don Juan Carlos, el rey emérito, su padre, Majestad, -y usted sabe la gran admiración que siento por su padre, que ha vinculado su destino al arraigo de la democracia en España-, su padre, ha hecho o ha colocado la integración europea como su primera prioridad, en un mundo incierto, cambiante, imprevisible. Usted majestad mantiene ese rumbo y mantiene la herencia de su padre. Sus pasos por la Unión Europea, como chico en prácticas casi al principio, y como en gran rey que es hoy, da testimonio de su compromiso singular con la causa europea y por ello le doy las gracias.

Porque sí, en efecto, el mundo, nuestro mundo, está cambiando a una velocidad impensable desde hace unos años. Una velocidad inasible y siempre sorprendente. Aunque las cosas cambien, y cambien muy deprisa, tenemos que conservar en mente lo esencial, y recordar siempre que Europa sigue siendo la mejor fortificación contra los dramas que hemos conocido en el pasado. Europa nos da su hombro, nos da un hombro en el que podemos descansar. Europa abre los brazos, abre grande sus brazos para abrazarnos todos y todas sin excepción y nos aporta tranquilidad y serenidad. Sí que sé que, obviamente, todo no es perfecto en Europa, conocemos sus debilidades, sus carencias, sus sentimientos, regulares o, pero no obstante Europa es capaz de lo mejor, de los mejores resultados, de los mayores éxitos, siempre y cuando se una y siempre y cuando los europeos se dirijan hacia los mismos horizontes. Hay que saber que Europa necesita paciencia y determinación. Esa paciencia y esa determinación que necesitan las grandes rutas, las grandes ambiciones. Viva España y viva Europa.