Difícil encontrar un retrato de Jean d'Ormesson sin ver su eterna sonrisa en sus labios, la que resumía la vida de un "bon vivant" de las letras, el optimismo de un reconocido escritor cuya obra estuvo a la altura de su mediático personaje.

Hasta pocos meses antes de que una crisis cardíaca acabara hoy con sus 92 años de existencia, D'Ormesson seguía declinando en televisiones y radios opiniones polémicas con verbo sosegado y un fino humor que fueron la seña de identidad de su vida.

Siempre a la derecha política pero siempre en la vanguardia intelectual o social, conservador en las costumbres como correspondía a este hijo de diplomático y aristócrata, pero revolucionario en las formas, impulsor de la entrada de Marguerite Yourcenar como primera mujer en la Academia Francesa de la lengua.

"Mezcla incomparable de elegancia y gracia, de profundidad sin pesadez, de curiosidad insaciable y de gusto por vivir", según el resumen del presidente francés, Emmanuel Macron, que se unió al homenaje unánime de un escritor que acabó por poner de su lado a adeptos y antagonistas.

Nacido el 16 junio de 1925 en París, criado en el castillo familiar de Saint Fargeau, imponente palacio de la Borgoña francesa, desde muy niño recorrió el mundo a lomos de los puestos de embajador de Francia que fue desempeñando su padre.

Licenciado en la prestigiosa escuela administrativa del ENA, la filosofía fue su primer refugio y la enseñanza su primer oficio.

Y la literatura su principal pasión, en los primeros años sin éxito, lo que le llevó a abandonar su práctica, aunque nunca dejó de leer todo cuanto cayó en sus manos.

Nombrado director del diario conservador "Le Figaro" entre 1974 y 1977, su salida del puesto le permitió consagrarse a la literatura, esta vez con éxito de público, que fue creciente hasta convertirle en uno de los escritores más leídos del país.

La publicación de "La gloire de l'Empire" le valió el Gran Premio de la Academia Francesa en 1971 y el ingreso con 48 años en la institución que cuida del idioma, el más joven académico de una institución cuyos componentes son conocidos como "los inmortales".

A partir de ese momento, su nombre no dejó de figurar en las listas de libros más vendidos y cada vez más alabados por la crítica, "Histoire du Juif errant", "La Douane de mer", "Presque rien sur presque tout".

Éxito que mantuvo en paralelo a su pluma afilada en "Le Figaro", que le valió roces con la izquierda francesa y una ácida canción de Jean Ferrat durante la guerra de Vietnam, críticas que no lograron borrar la sonrisa de su rostro.

D'Ormesson, que se definía como "un hombre de derechas con muchas ideas de izquierdas", siempre acarició el poder.

Amigo íntimo de Georges Pompidou, compañero de juegos juveniles de Valéry Giscard d'Estaing, adversario, admirador y confidente de François Mitterrand, "chiraquiano tendencia Bernadette" (en referencia a la esposa de Jacques Chirac), apoyo público de Nicolas Sarkozy o condecorado por François Hollande.

Eternamente humilde para unos, falsamente modesto para otros, D'Ormesson siempre infravaloró su obra, la consideró pequeña al lado de sus admirados escritores, de Chateaubriand a Aragon, aunque no dejaron de lloverle los reconocimientos.

Hasta que en 2015 la prestigiosa editorial La Pléiade le incluyó en su colección, un honor que, en vida, pocos habían podido saborear, nombres de la talla de Eugène Ionesco, André Malraux, Milan Kundera o André Gide.

"La obra de Jean d'Ormesson está llena de vida y no se dirige a los lectores del pasado, sino a esos que están fascinados por los problemas del presente", escribió el premio Nobel Mario Vargas Llosa, que entró un año después que él en el firmamento de La Pléiade.