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La esencia asturiana de "Nenuca"

La única hija de Franco nació en la calle Uría y vivió ligada a la propiedad familiar de "La Piniella", en Llanera

Victoriano Valencia y su hija Paloma Cuevas. EFE

Carmen Franco Polo hablaba poco y observaba con atención. Una de las cosas que más le gustaba mirar eran los jardines de "La Piniella", la espléndida finca de San Cucao de Llanera, heredada de su madre, donde pasó muchos veranos y primaveras en su infancia y juventud.

La única hija del dictador Franco nació en el número 44 de la calle Uría, en la casa del abuelo Felipe Polo, el 14 de septiembre de 1926, poco antes de las fiestas de San Mateo. La ciudad aún recordaba la sonada boda de sus padres, celebrada tres años antes en la iglesia (hoy basílica) de San Juan el Real. Carmen Polo Martínez-Valdés, esposa del entonces brillante militar africanista, toda una señorita de Oviedo criada con institutriz francesa, quiso que su hija fuese carbayona. Lo logró. Aquella pequeña, llamada a llevar la vida plácida y previsible de la alta burguesía de la época, vivió destinos que superaban con creces las expectativas familiares. Creció en el palacio del Pardo y fue educada como una especie de princesa sin corona; se casó con un marqués y fue Grande de España gracias al ducado que Juan Carlos I le concedió en 1975, en memoria de su padre.

La relación de Carmen Franco con el Principado empezó el día que vio la luz y acabó con su fallecimiento. Aunque le encantaba pasar los veranos en el Pazo de Meirás, también guardaba mucho cariño por la propiedad llanerense. La finca aún conserva en la entrada dos garitas en las que los guardias montaban vigilancia cuando la familia que regía con mano de hierro España acudía a la casa.

Solía ser en verano o durante la temporada salmonera. Allá por mayo Franco instalaba en "La Piniella" su cuartel general y su mujer y su hija, "Nenuca" para muchos de sus allegados, disfrutaban del entorno cuando el dictador se iba a echar la caña al Sella, al Narcea, al Eo o al Cares. Precisamente fue en ese río donde enseñó a su única hija a pescar, cuando ella ya estaba casada con Cristóbal Martínez-Bordiú, marqués de Villaverde.

Prueba de que la "hijísima" se sentía asturiana de corazón son las visitas que hizo a Oviedo a lo largo de su vida. Le gustaba pasear por la ciudad y recorrer los establecimientos que había conocido de la mano de su madre. En el año 2000 estuvo en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA en una conferencia organizada por la Hermandad de Defensores. Se sentó en la primera fila y se comportó con absoluta discreción.

La sangre materna le tiraba mucho. De hecho, nunca quiso desprenderse de la heredad de San Cucao, que procedía de los Martínez-Valdés y que le tocó a Carmen Polo en la partición de la herencia de su madre. De su progenitora también le quedó el amor por las joyas -especialmente las perlas- y la alta costura. La mujer de Franco era fiel clienta de Balenciaga, al que conoció en Oviedo. Luego se lo presentó a su hija y ésta a Carmencita, la "nietísima". A las tres las vistió de novias.

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