La familia de Julio Puente, que fue director de LA NUEVA ESPAÑA de Gijón, recibió el calor y el consuelo de sus amigos y compañeros, de personalidades del deporte, de la cultura, de la política, del periodismo y de la vida local en el funeral que se celebró ayer a la una de la tarde en la iglesia de San José de Gijón y que quienes le conocían bien aseguran que le habría gustado.

Había razones para agradar al que fue un gigante del periodismo total y una referencia en la prensa asturiana, gallega y canaria, en la información general y en la deportiva. Fue una ceremonia en la fe que profesaba, oficiada por personas que conocía y a las que respetaba que ejecutaron con precisión y medida un ritual muy probado, con un vestuario y una coreografía que le fascinaban y en un escenario imponente, resonante, clásico en el concepto, moderno en los materiales, vertiginoso del crucero a la cúpula, con luces eléctricas y de cirios, la penumbra de las naves, los colores vivos de las vidrieras y la imagen presidente de un Cristo resucitado, superpuesto a la cruz.

Julio Puente, que se educó en el Seminario en Covadonga y en Oviedo, sabía apreciar esas cosas.

Al frío luminoso de la entrada y de la salida del funeral, a seis grados y en ese entorno sanpatricio de la iglesia, historicista, de aire americano junto al manhatanismo gijonés del que fue edificio de Bankunión, entre los amigos que hizo a lo largo de sus 67 años, 47 de ellos de carrera, predominaba el regocijo de los recuerdos agradables, de las tantas anécdotas que vivió y provocó, de sus célebres frases, acuñaciones repetidas como versículos, y de la singularidad física, anímica e intelectual del "Maestro", que inició su carrera periodística en LA NUEVA ESPAÑA, donde fue corresponsal en Avilés, en Gijón, redactor jefe, subdirector y terminó como director del periódico en Gijón.

El ambiente se veía humedecido a instantes por la tristeza de su pérdida y el lamento de quienes no supieron de su enfermedad, llevada con una discreción que era norma en él, y se encontraron de súbito con la noticia de la muerte del que fuera director de "Faro de Vigo" y "La Provincia-Diario Las Palmas", ambos periódicos de Prensa Ibérica, grupo al que pertenece también LA NUEVA ESPAÑA.

En el interior de la iglesia fue toda la solemnidad. Más de la habitual.

Iglesia llena, órgano y coro, latín y castellano, canto y rezo, corintios y resurrección del último día, agua bendita e incienso fragante en una misa concelebrada por seis sacerdotes, todos ellos conocidos de Julio Puente, con las casullas moradas, que salieron a recibir su féretro.

Fernando Llenín, párroco de San José y profesor del Seminario y de Teología en la Universidad, condujo el rito con tiempo bien medido acompañado por José Antonio González Montoto, director de la Casa Sacerdotal; Fernando Fueyo, capellán del Sporting de Gijón y párroco de El Coto; Nicanor López Brugos, que fue histórico párroco de San Juan Bautista, principal del concejo de Mieres ("nada malo salió de Mieres", Puente dixit), desde los años de los conflictos mineros; y Javier Gómez Cuesta, párroco de San Pedro. También concelebró José Vidal González Olea, primo y ahijado de Julio Puente, agustino filipino de Valladolid.

El grupo "Melisma", dirigido por Fernando Menéndez Viejo, que fue director de la Escolanía de Covadonga, organista de San Lorenzo y fundador de este coro gregoriano, interpretó la misa de réquiem de Perosi con voces masculinas, graves, lentas y latinas redondeadas por el halo sonoro propio de las iglesias.

La viuda de Julio Puente, Noemí Pérez, sus tres hijos -Pablo, redactor de LA NUEVA ESPAÑA, Noemí y José Julio-, su hermana, María Celina, y su nieta Clara, "que está creciendo muy bien" -celebró "el Maestro" en sus últimos días-, el resto de sus familiares y los centenares de personas llenaron la iglesia.

Pudieron reconocer a Julio Puente en las palabras reverberadas que le dedicó el párroco en la homilía: "el magisterio amable y divertido con su inteligente ironía, la búsqueda de lo esencial". La prédica derivó hacia la palabra, "nos queda la palabra" -citó y recitó al poeta Blas de Otero-, que es camino y Sagrada Escritura y "necesita quien la interprete". Así entroncó el periodismo con el hacer del periodista, "para comprender los hechos lejos de todo fundamentalismo intolerante".

También se reconoció su perfil cuando, terminado el oficio, tomó la palabra Aitor Moll Sarasola, consejero delegado de Prensa Ibérica, y recordó a Julio Puente por su lealtad "absoluta e inquebrantable" a amigos, compañeros y empresa, su talento para hacer equipos y mantener equilibrios, su honestidad, paciencia y amabilidad y otros atributos con los que "encarnó la esencia del grupo editorial que mi familia ha querido construir".

La iglesia de San José, bendecida por Lauzurica en 1954, fue muy periodística en los años de Tarancón, cuando los comunistas creían en Dios y el arzobispado era social y fumador, y su carácter acogedor fue notorio en los encierros y los apoyos que dieron a obreros, jubilados y sindicalistas hasta los últimos tiempos de la reconversión industrial de los ochenta.

Periodismo aparte, para Julio Puente tenía un sentido familiar porque era el templo al que llevaba a su madre, que murió hace 18 meses, y también la más cercana a la redacción.

Julio Puente, que estudió en el Seminario, "donde no me enseñaron nada malo", siempre fue creyente -sin fe carbonera ni orinar en pilas- y en los últimos años su religiosidad reverdeció. A primera hora, después de oír la radio, tomaba el autobús desde su casa, cerca del Molinón, y acudía a misa antes de hacer su desayuno con periódicos en la cafetería Villagrás.

Luego se acercaba con su paso característico a la redacción para escribir sus comentarios "La esquina" y "Fondo Norte" desde un despacho con vistas y oídos al fragor de Marqués de San Esteban.

Ayer, la lectura del Evangelio de Juan terminó prometiendo la resurrección en el último día. Si el último día tiene día después le hará el mejor titular.