El poeta ovetense Ángel González y el cantante leridano Xavier Ribalta se conocieron en el Oliver de Madrid hace medio siglo. Xavier era 18 años más joven y 18 centímetros más alto que Ángel. Ribalta iba y venía desde Barcelona; González vivía en Madrid. Detrás de la fachada azul de Oliver, un café y restaurante que había fundado el actor y dramaturgo Adolfo Marsillach en 1966 y era un refugio de moda. Entre el humo del tabaco y el aire de actores, escritores y artistas González y Ribalta compartieron mesa, copas y conversación con José Manuel Caballero Bonald, Gabriel Celaya y su compañera Amparitxu Gastón y la noche transitó hasta la madrugada. Todos eran poetas.

Se reencontraron en la casa barcelonesa de Manolo Lombardero, amigo íntimo de Ángel desde Oviedo, y a partir de los setenta en los veranos de Madrid, cuando Ángel González -ya profesor en Estados Unidos- traía a sus alumnos y Xabier había volado a la capital detrás de su mujer, Teruco.

A Ángel le encantaba la obra de Joan Salvat-Papasseit y Xavier la cantaba. Salvat-Papasseit (Barcelona, 1894-1924) fue un poeta futurista catalán de vida intensa. Fue periodista, izquierdista, preso, bibliotecario de ateneo, dependiente de librería, vigilante nocturno, paciente de sanatorios para tísicos y cadáver a los 30 años. Como juglar de poetas catalanes, Ribalta lo tenía en repertorio desde 1971.

En 1980 Ángel González le dijo a Ribalta que si estaba dispuesto a ir a Estados Unidos él le conseguiría conciertos. A Ribalta, francófono y francófilo, no le pareció posible.

-Nada pierdes.

-Ya, pero no sé inglés.

Un tiempo después de regresar a América, González le escribió una carta anunciándole que tenía cuatro conciertos para él. Uno en Harrisburg (Pennsylvania), contratado por una profesora casada con un brigadista de la Guerra Civil española y tres en Nuevo México: la capital, Santa Fe; Albuquerque, la ciudad más poblada, y Las Vegas, un pueblo de 10.000 habitantes junto a una reserva india.

Después del vuelo transatlántico a Nueva York, de los viajes en "Greyhound" a Harrisburg y del vuelo doméstico a Albuquerque, el poeta y el juglar pudieron abrazarse en Nuevo México. Ribalta iba para estar tres semanas.

En el viaje de Albuquerque a Santa Fe, 102 kilómetros por la Interestatal 25, pitó el chivato del depósito de gasolina del cochazo que conducía Ángel González. Estaban quedándose sin gasolina en un paisaje árido, crótalo y semidesértico. Pocos kilómetros más allá, el cantante avistó una gasolinera de Texaco.

-No, todas menos Texaco.

-¡Coño, Ángel!

-No, si nos quedamos sin gasolina, nos quedamos pero me he propuesto arruinar a esa compañía.

-¿Se puede saber por qué?

-Fue la petrolera que puso el combustible de la Legión Cóndor para bombardear Guernica.

El cantante se sumó inmediatamente al boicot aunque sólo pudo ejercerlo años después en un viaje de Madrid a El Escorial ante una gasolinera de la estrella solitaria.

Cuatro años después, el 12 de abril de 1984, Texaco, el octavo grupo industrial de Estados Unidos, declaró suspensión de pagos y se acogió al capítulo 11 del código de bancarrotas para salvaguardarse de sus acreedores para escapar de una sentencia que le condenaba a pagar 10.500 millones a otra firma petrolera rival, Peanzoil.

El cantante telefoneó al poeta:

-Ángel, ¡eres la hostia!, lo has conseguido.

Por entonces, Ribalta iba cada año a Estados Unidos donde, durante 15 años, mantuvo un circuito de actuaciones en el que dio cerca de mil quinientos conciertos, grabó dos discos y cantó en el Auditorio de Naciones Unidas, algo sólo conseguido por otro catalán: el violonchelista universal Pau Casals.

Los cantantes de la Nova Cançó preguntaban cómo podía hacer todo aquello sin apoyo institucional de la Generalitat, y Ribalta respondía:

-Porque tengo un amigo que se llama Ángel González.

(Para que yo me llame Ángel González, / para que mi ser pese sobre el suelo, / fue necesario un ancho espacio / y un largo tiempo:...)

Hoy Texaco es una filial de Chevron Corporation. Ángel González murió hace diez años, sus amigos y sus poetas lo recuerdan. Ribalta, también.

"Cada año es más Ángel, más universal, resiste el paso del tiempo y se habla de él en un mundo que está para poca poesía. Para mí fue luz, camino, ángel. Tuve muy cerca la Generación de los 50, que fueron un ejemplo de conducta, y Ángel González, afable, elegante, serio, coherente, austero, está en el cuadro de honor".