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Hablemos en serie

No habrá paz para los malvados

"Godless" maneja con soltura y brío los estereotipos del western con un Jeff Daniels sobresaliente

No habrá paz para los malvados

El western es como el fútbol: como te guste tragas lo que te echen, ya sea un clásico glorioso de Anthony Mann o una serie B de las que ponen a la hora de la siesta con estrellas de medio pelo. La pantalla grande lleva tiempo sin que cabalguen por ella grandes películas pero en la pequeña hemos disfrutado de joyas como Deadwood o Los protectores (Broken Trail), no por casualidad con Walter Hill entre bambalinas: uno de los cineastas herederos del gran Sam Peckinpah que más y mejores títulos de vaqueros e indios realizaron. A la lista se puede sumar, aunque no llegue a la altura de las obras maestras citadas, Godless, sorprendentemente apadrinada por el modernísimo Steven Soderbergh para Netflix y escrita y dirigida por Scott Frank, autor de esa revisión en clave de western del personaje de Lobezno que es la estupenda Logan.

Siete episodios concisos y de perfiles feministas que se desarrollan en el feo pueblo de La Belle, ciertamente singular: está habitado en su mayoría por viudas después de que un accidente minero matara a sus maridos. El nudo gordiano (fordiano, mejor) del drama parte de la lucha a muerte entre Frank Griffin ( Jeff Daniels, alejado radicalmente de su impoluto papel en The Newsroom) y su discípulo rebelde Roy Goode ( Jack O'Connell). Alrededor de ese gran combate (que recuerda no poco al que enfrentaba a John Wayne y Monty Clift en la maravillosa Río Rojo) se desarrollan tramas sobre algunas de las vecinas y su cuela un romance adolescente un tanto obvio aunque de final emotivo entre un Romeo fanfarrón de gatillo fácil y una Julieta de familia inhóspita.

El arranque es sobresaliente y recuerda a Sergio Leone sin la música omnipresente de Morricone: un grupo de jinetes llega al escenario de una catástrofe. Un tren descarrilado, cadáveres por doquier, un ahorcamiento. Más adelante sabremos lo que pasó y las consecuencias de aquel ataque en la vida (y cuerpos) de los dos antagonistas, pero, de momento, lo que cuenta es preparar el terreno para una típica historia de fuga, persecución y venganza. Típico, sí: Godless no es precisamente original (miles de westerns después es tarea imposible) y sus mejores bazas están en la construcción de personajes potentes (la pistolera lesbiana, la prostituta maestra, la adolescente violinista, el sheriff cuya vista se está apagando y busca su sombra, el matarife que viaja con su brazo amputado...) y en la áspera convicción con la que se narra el romance principal entre una mujer doliente y un fugitivo que aprende no solo a amar sino a escribir su nombre gracias a ella. Pero qué duda cabe que el punto fuerte de la historia se sostiene en esa pugna entre dos hombres que una vez fueron uña y carne, y entre los que los códigos de gratitud y comprensión dejan paso al ajuste de cuentas como única vía para cauterizar heridas íntimas. Ahí Jeff Daniels se mueve como tiburón en el agua, jugando las bazas de mostrarse inquietante en todo momento, y más cuando da muestras de bondad durante una epidemia de viruela. Incluso los malvados pueden hacer cosas buenas.

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