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Devoralibros

Los espejos rotos de la memoria

"Hotel Lutecia", una saga familiar de amores imposibles, búsquedas angustiosas y secretos hirientes

250 páginas, 16,90 euros

El peor de los sueños posibles. El frío y la sinrazón contra los que nada pueden los gritos ni los puños. Un atisbo de demencia que aterra más que el propio miedo.

Nada mejor que una buena cita para empezar a degustar Hotel Lutecia: "Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos". Palabra de Jorge Luis Borges. Un titán. Empar Fernández (Barcelona, 1962) se entrega en su novela a la noble y titánica misión de reconstruir una memoria, visitar el museo de los espejos rotos y encontrar entre los pedazos el rastro de unas vidas marcadas a fuego por la guerra y los fantasmas del pasado. El objetivo es ambicioso: tejer una saga familiar atravesada por una lacerante historia de amor imposible en el marco de España y Francia devastadas tras la Segunda Guerra Mundial. Y todo ello empapado de un persistente y embriagador olor a demanda. Los sentidos son el umbral de la sensibilidad, como bien sabe la autora.

Estamos en abril de 1945. Conocemos a Andreu Ribera. Liberado del horrendo campo de concentración de Dachau, su único objetivo en la vida que acaba de recuperar es llegar a París y allí buscar noticias de Rosa. Su esposa. Allí, en el hotel Lutecia, la Cruz Roja se ocupa de atender a los deportados y recopilar toda la información posible sobre muertos y desaparecidos. Dolor, amargura, desesperación. Pero, también, sobre los supervivientes. Angustia, impaciencia. Pero esperanza. La esperanza huele a lavanda.

Nos vamos a julio de 1969. España aún vive bajo el yugo franquista. André, hijo de Andreu, llega a Poble Sec. También busca respuestas. Y de boca de su abuelo sabrá los oscuros secretos que se esconden en la familia Ribera.

El personaje de Andreu atrapa desde su primera aparición. Imposible no identificarse con su situación, sus anhelos y sus lamentos. Alguien que tras las alambradas del horror nazi se transformó hasta el punto de que la llegada de los salvadores adquirió un tinte casi irreal: "Andreu sospechaba desde hacía meses que estaba perdiendo la razón, por eso no se atrevió a reír ni a gritar de alegría. Intuía que el pobre tipo que a duras penas conseguía arrastrar los pies por aquel lodazal no era el mismo hombre, alto y erguido, que había atravesado la alambrada meses atrás entre golpes, gritos, empujones y voltear de tripas. No se acercó ni aproximó la mano implorando un trozo de chocolate o algo de pan. Quizás nada de lo que creía ver estaba ocurriendo realmente".

De aquel escenario desolador, a París, el último lugar que había pisado junto a Rosa: "Nada había vuelto a saber de Rosa desde que se dijeran adiós junto a un tren a punto de partir. Se juraron el uno al otro velar por la propia vida, recuperar muy pronto los abrazos hurtados por tanta guerra. Ambos prometieron hacer lo imposible por sobrevivir". Él cumplió su promesa. ¿Y ella?

Lo dicho: rastros perdidos en la memoria, trozos de espejos rotos en el tiempo, los accidentes de la vida que dibujan una orografía llena de cimas y simas, las cicatrices que se niegan a guardar silencio, los fantasmas que sobreviven en los cauces de la nostalgia o, tal vez, del arrepentimiento y la comprensión. Bienvenidos al hotel Lutecia.

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