Amelia Levene es una mujer con mucho poder. Todo lo que hace tiene consecuencias. Es la nueva directora del MI6, el muy viril servicio de espionaje británico. Y a las seis semanas de llegar al cargo, desaparece. ¿Cómo es posible que la persona encargada de comandar una institución de prestigio histórico y solidez contrastada se esfume sin dejar rastro? ¿Qué ha fallado? Y, sobre todo, ¿quién está detrás? ¿Por qué? La flema británica salta por los aires y nadie de los escalafones inferiores tiene la menor idea de lo que ha pasado. Tampoco saben cómo enfrentarse a una crisis inédita en la que hay un doble desafío: encontrar a Levene, por supuesto, pero sin que nadie se entere de lo ocurrido para que intachable imagen del MI6 no sufra desperfectos. Está en juego algo más que la vida de su directora. Y sólo un clavo ardiendo al que aferrarse para evitar una caída de consecuencias nefastas: reclutar para la causa al ex agente Thomas Kell. Es una buena demostración del grado de desesperación que hierve en los despachos del espionaje británico porque lleva ocho meses expulsado por haber torturado (presuntamente) a un prisionero durante una misión en Kabul.

Pero Kell, a sus 42 años, no es un James Bond que sale indemne de las misiones y con la conciencia impoluta. Desubicado fuera de su trabajo y con las heridas aún abiertas de un fracaso matrimonial, las fosas no pintan nada bien para su futuro. Pero es un profesional respetado y temible, el hombre perfecto para sacar del atolladero a quienes le pusieron en la calla. El premio es goloso: redimirse y volver a ejercer un trabajo que domina como nadie. Además, la mujer desaparecida no es precisamente una extraña.

Y el asunto es, por lo tanto, profesional pero también personal. Kell se pone manos a la obra con paradas estratégicas en Niza, Marsella y Túnez, un país que vive nuevos tiempos después de la Primavera Árabe y en el que se está fraguando una trama hostil hacia los intereses británicos.

Aunque haya sido premiada con el CWA Ian Fleming Steel Dagger al mejor thriller, la novela de Charles Cumming tiene más puntos en común con las obras de John Le Carré en cuanto a seriedad argumental y de estilo que con las frívolas y un tanto delirantes historias del padre de Bond. Algo le separa del primero y le une al segundo: el ritmo es más endiablado, lo que garantiza una diversión adictiva acompañada de una prosa tan precisa como evocadora, con un dibujo matizado y rotundo de los personajes. Es una obra sorprendente sin trampas que demuestra el conocimiento exhaustivo que tiene el autor sobre "el mundo de los secretos", incorporando a la jugosa trama elementos de suspense engarzados a la tecnología punta que ponen los pelos de ídem.

No estamos ante espías robotizados en conspiracionesdelirantes (Bond a la cabeza) ni tampoco ante espías de vida gris empapelada en despachos (Smiley, claro) sino ante una versión moderna y humanizada de acción creíble en la que el dominio del oficio ("espiar es esperar") se funde con un intimismo bien dosificado y revelador.

En fin: una novela extraordinaria para los amantes de la literatura de espías y de la literatura a secas. ¿Me mojo o no me mojo? Me mojo: ahora que Le Carré se ha retirado, Cumming es nuestro hombre. Confíen en él.