Cuando estás con la mente y con el cuerpo en el mismo sitio, la realidad adquiere una luz extraordinaria. Créeme.

Atención: peligro. Atención: qué ganas de vivirlo. Vuelve Juan José Millás. Millás el novelista. El fabulador sin límites ni remedios. El cronista de sentimientos que corren parejos a los sentidos sin control. Bien controlados por una prosa tan precisa que parece cortada con bisturí. La novela, que publica Alfafguara, se titula Que nadie duerma. ¿Un presagio de lo que sucederá con los lectores? Millás no solo crea adicción, también inspira a los insomnes motivos para serlo, y es imperativo seguir el mandato del libro. Podemos hacernos una idea echando un vistazo a lo que sugiere la editorial: un delirio de amor recorre la ciudad. "Y bajo lo aparente, asoma lo extraordinario". Delirio, apariencias, lo extraordinario.

Sí: puro Millás.

Vayamos al argumento: "El día en que Lucía pierde su empleo como programadora informática es también el día en que su vida va a dar un giro definitivo, tal vez por una sucesión de casualidades o tal vez porque ese era el destino que le estaba esperando desde su décimo cumpleaños. Como si de un algoritmo se tratara, Lucía establece los siguientes principios sobre los que basará su existencia futura: va a dedicarse a ser taxista; recorrerá las calles de Madrid -o tal vez Pekín- al volante de su taxi mientras espera pacientemente la ocasión de llevar en él a su vecino desaparecido, del que se ha enamorado, y todos los acontecimientos importantes para ella tendrán como banda sonora, a partir de ese momento, la ópera de Puccini Turandot, de la que se siente protagonista".

Lo cotidiano y lo extraordinario se entremezclan en la novela. Amor y terror, potente mezcla. Y los ingredientes favoritos de Millás espolvoreados por ella: "la ironía, el desdoblamiento del yo, las distintas facetas que componen la realidad, la soledad y la constatación de una verdad inmutable, la de que el espejo en el que miramos nuestras vidas nos devuelve, indefectiblemente, una perspectiva insólita ante la que solo cabe el más puro de los asombros".

Y, como muestra, desabrochamos un botón de Lucía:

"Al verse en el espejo, Lucía dijo: Esa gorda soy yo.

Lo dijo sin intención alguna de ofender, de ofenderse, ya que, más que gorda, era una falsa delgada. Se lo había dicho su madre cuando era una cría, después de ayudarla a salir de la bañera y mientras le secaba el pelo:

-Mírate los muslos, eres una falsa delgada, como la mayoría de las aves zancudas.

La niña se había ido a la cama intentando descifrar aquella contradicción. ¿Por qué parecía delgada si era gorda? Durante los siguientes días buscaría en los libros ilustraciones de aves zancudas, para observar sus muslos, y durante el resto de su vida se vigilaría de manera obsesiva, temerosa de que su cuerpo acabara revelando la verdad. Pero atravesó el resto de la infancia y la adolescencia sin que los cambios físicos inherentes al tránsito alteraran la sentencia de su madre. En ningún momento perdió los volúmenes sutiles de las zancudas ni de las falsas delgadas, en quienes, según fue comprobando con el tiempo, la frontera entre la exuberancia y la ligereza se borraba.

En el trabajo de Lucía había una obesa patológica que falleció al adelgazar. Al principio todos sospechaban de su gordura, pero luego sospecharon de su delgadez. Su muerte confirmó las sospechas, fueran cuales fueran, pues nadie llegó a concretarlas. Al día siguiente de su fallecimiento, la empresa, dedicada al desarrollo de aplicaciones informáticas, instalación, configuración y mantenimiento de redes, entró en una quiebra fraudulenta y cerró.

El mundo estaba lleno de programadores más jóvenes y mejor preparados que Lucía, por lo que al contemplar su horizonte laboral sintió un malestar de orden físico que se acentuó al abandonar las instalaciones de la firma y tomar un taxi, pues su coche estaba en el taller e iba cargada, como los despedidos de las películas, con una caja de cartón repleta de pertenencias personales".

Y otro, para que no decaiga la fiesta de la expectación:

"El taxista resultó ser también un informático que al quebrar su empresa no había logrado recolocarse en el sector.

-Con la indemnización y unos ahorros -contó a Lucía- pagué la entrada de la licencia y ahora soy mi propio jefe.

-¿Y esto es negocio? -preguntó ella.

-Cuando liquidas las deudas, si le echas horas, puedes vivir, pese a la amenaza de los Uber y los Cabify. Pero te tiene que gustar. A mí me encanta ir de acá para allá todo el día viendo a la gente, conociéndola, escuchando las chácharas del asiento de atrás. Se dan muchas situaciones especiales. Además, cada día imagino que trabajo en una ciudad distinta. En Nueva York, en Delhi, en México?

-¿Y en qué ciudad estás hoy? -preguntó".

Los personajes principales que desvela la editorial son:

"Lucía: Como lo fue su madre, Lucía es una mujer pájaro, una "falsa delgada, al igual que las aves zancudas", que no está muy conforme con su cuerpo ni con la realidad, a pesar de que cree organizarla como si creara un algoritmo. Pero en última instancia descubrirá que el azar y lo inesperado son los que en realidad gobiernan su vida.

Braulio Botas: El misterioso vecino del tercero, que se hace llamar "Calaf", como el protagonista de Turandot, es un ambicioso y poco conocido actor del circuito underground madrileño dispuesto a todo por un sonado éxito sobre las tablas.

Roberta: La primera clienta que Lucía recoge en su taxi es una simpática productora teatral con nariz aguileña que además le recuerda a su madre. Tiene el don de saber escuchar, por lo que ambas no tardarán en entablar lo que Lucía interpreta como una gran amistad.

Ricardo: El otro cliente habitual de la taxista es un escritor de renombre -llamado en realidad

Santiago Cáceres, que se hace pasar por un periodista económico dedicado a "desactualizar" noticias sólo para escuchar las historias que le cuenta Lucía entre carrera y carrera".