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La fauna del laberinto

Sally Hawkins y Doug Jones.

A Guillermo del Toro le gusta fundir la realidad con la fantasía. Una fragua creativa alimentada nostalgia, gráfica memoria cinéfila, mitología variada y simbolismos de diverso pelaje. Y, siempre que puede, con una hilazón evidente con asuntos de cierto calado político y social: los cuentos de hadas pueden ser recuentos de ideas subversivas. No extraña, pues, que el cineasta mexicano haya puesto toda la carne en el asador con La forma del agua, acuática, carnosa y simplona reconstrucción de la Bella y la Bestia empapada de obvias referencias a los seres marginados que no encuentran su lugar en el mundo, entre otras cosas porque el mundo los ve como bichos raros, y, por tanto, peligrosos o, como mínimo, poco fiables. Una fauna que corre peligro de extinción en el laberinto terrenal. Y más en la América caliente de la Guerra Fría, coto abierto para la caza de brujas donde se veía el peligro soviético hasta en la sopa Campbell. Del Toro elige a una mujer poco agraciada físicamente, muda (como la Sirenita) y solitaria cuyos mayores placeres consisten en masturbarse en la bañera y ver musicales antiguos. Y a un artista homosexual desplazado a las viñetas de la soledad. Y a una amiga negra. Y a una criatura marina a la que las dos potencias quieren matar solo para evitar que caiga en manos del enemigo. Frente a esa alianza de parias de la tierra y el mar, Del Toro opone a un villano más bien ridículo (lo siento, Michael Shannon, esta vez no sales a flote) con su porra eléctrica, su Cadillac ostentoso y su familia de anuncio televisivo.

Que Del Toro ha rodado con entusiasmo y pasión su película es indudable. Pero eso no garantiza un buen resultado. La forma del agua, como ocurría con El laberinto del fauno, presenta unos desequilibrios desconcertantes, y aunque acoge momentos sugerentes (el arranque en una casa inundada, los homenajes a cine clásico que mueve los pies y el alma, las gotas que se unen en el cristal de una ventanilla...) cuesta creerse esa historia de amor favorecida por el uso de los huevos duros, por más que Del Toro se esfuerce al máximo en una escena erótica de aguada plasticidad y Sally Hawkins sea una actriz como la copa de un pino. Pero lo que ahoga La forma del agua es la torpe trama de espionaje / fuga y rescate, con un desenlace que hace aguas por todas partes.

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