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La pantera coja

No es Black Panther una película más de superhéroes. Lo cual no es bueno ni malo. Es distinta porque el protagonismo recae en un personaje negro, lo que da pie a una mayor huella de mensaje político. Lo cual no es malo ni bueno. Depende de cómo se resuelva el tinglado. Y aquí, como ya ocurría en la vuelta de tuerca que dio su director a la saga de Rocky, la irregularidad se impone. Consecuencias: hay momentos francamente potentes que aportan ideas imaginativas a escenas de acción más vistas que el cómic y hay una preocupación evidente y sin duda loable de rescatar a los personajes de los corsés simplistas para dotarles de un plus de humanidad, lo que incluye a quien se mueve por el lado de las sombras. Todo eso es positivo y hace recomendable la función incluso para públicos que no pertenezcan al círculo de fans. De hecho, es posible que los que vayan esperando acción a borbotones se lleven un chasco porque es más bien una película tirando a sosegada, aunque cuando se pone violenta no se corta ni un pelo.

Pero, ay, ciertas arritmias que hacen cojear la historia con más frecuencia de lo que sería deseable. Y, doble ay, las incursiones en el terreno del humor, aunque son escasas, no solo son innecesarias sino que inoportunan. Eso se hace en serio, como en el último Thor, o mejor se descarta. Con una potente presencia femenina y un villano más que potable, Black Panther tira más al monte de las aventuras que al cine de superhéroes propiamente dicho, o incluso coquetea con el de agentes secretos, con un buen surtido de reivindicaciones sociales que nunca viene mal recordar y unos efectos poco especiales que a ratos aprueban por los pelos.

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