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MARTA FERMÍN | Artista plástica y gestora cultural

"No se puede uno quedar en ruinas, di un cambio y pese a las incomprensiones gané el 200%"

"En el colegio del Cristo había compañeros de familias complejas y la convivencia se arreglaba pegándose un poco en el patio"

Marta Fermín, en la entrada de su taller de Oviedo. MIKI LÓPEZ

Marta Fermín (Oviedo, 1973), artista, galerista, profesora de pintura y grabado en su taller Decero, tiene voz dulce y mal día.

-En general estoy contenta, pero hoy es un día triste por circunstancias familiares.

- ¿Qué familia tiene?

-Mi pareja, mi perro, mis padres, mis hermanos y mi sobrina queridísima, Carmen, de 12 años, que llena de ilusión una casa con su sensibilidad para la música, la pintura y la escritura sin perder la frescura infantil, y las tiene al alcance como yo hubiera querido.

- ¿Le faltó?

-Mi colegio era más sencillo y mis padres, también. No había redes sociales ni internet para acceder y te quedabas a medias. No me recuerdo sin tiza o lápiz en la mano ni sin una cámara que mi padre me prestaba y con la que hacía fotos malas y raras, pero que me encantaban. Cuando empecé a estudiar Historia del Arte comprendí que tenía sensibilidad hacia cosas que desconocía y que debía educarla.

- ¿En qué trabajaban en sus padres, Inocencio y Carmen?

-Mi padre arreglaba lavadoras y mi madre tenía una tienda donde yo trabajaba en verano hasta que íbamos de camping a Soto de Luiña, a convivir con niños de Asturias, Madrid, Barcelona, Italia, Alemania y Suiza.

- ¿En el colegio del Cristo la dejaban pintar?

-Sí, pero no hacer gimnasia porque corría poco y saltaba mal. Los compañeros éramos una fauna muy divertida. Algunos venían de familias complejas, pero se arreglaba pegándose un poco en el patio.

- Es la mayor de 3 hermanos.

-Miguel, ingeniaba cosas. Esta semana anduvo con helicóptero y moto de nieve para dar luz a los pueblos y luego va al mar a buscar olas. Carmen dibuja copias muy bien. Yo soy una autónoma haciendo el loco por el arte. Doy clase de dibujo, pintura y grabado, Rocío Delgado lleva un taller infantil y Ana Hevia da clases de fotografía.

- Qué alumnos tiene?

-Entre 75 y 45 años hay químicos, arquitectos, ATS, diseñadores, funcionarios, maestros, dependientas de Zara, músicos... Ana es panadera, se levanta a las 3 de la mañana, reparte por toda Lena, incluidos pueblos nevados, llega a casa come, se ducha y está aquí a las 5 dos días a la semana. Tiene encargos y dice que no podría vivir sin hacer esto.

- ¿Qué más hace aquí?

-La Feria Alma Gráfica de grabado y la de producto Encaja, donde hubo que coordinar a más de 30 empresas. Pinto y hago mi obra. Tengo un programa de exposiciones, debates, presentaciones y "jams" de poesía.

- Ha recuperado este sótano junto a la Calleja de la Ciega.

-Metí aquí todos mis recursos intelectuales, económicos y materiales. No enseñé el local a nadie porque era una selva de artos con suciedad y ratas muy gordas. Un mes antes de abrir traje a mis padres, les gustó y me animaron. Están igual de locos que yo.

Hizo Bachiller Artístico en la Escuela de Arte de Oviedo y después diseño en grabado y técnicas de estampación, edición de arte...

-Me fui para que no me echaran por llevar diez años aprendiendo de todo y con ganas de más. Me fue bien y empecé en la galería Vértice a los 23 años. Me temblaban las piernas de pensar que exponía e irían mis profesores.

Amplió formación en el Centro Internacional de la Estampa Contemporánea de La Coruña; en Casa Falconieri (Italia), en Serbia, Alemania...

-Y fui olímpica pese a lo mala que había sido en gimnasia.

- ¿Cómo es eso?

-En Londres 2012 cinco comisarios internacionales seleccionaron un artista por país para la exposición mundial del Barbican Center, regalo que hacía Pekín a Londres junto al fuego olímpico. El comisario suizo vio lo mío en Vértice y me eligió. Mi galerista, Luis Hernando, pensó que era broma y yo le dije que ni contestara pero expuse allí. No pude ir. Acababa de quedar en paro y no tenía dinero, pero el Ministerio de Cultura chino compró mi obra.

Trabajaba de profesora en la Universidad Popular de Gijón, colaboraba en una galería de arte y entró en una etapa personal complicada.

-Se juntaron cosas y enfermé. Es demasiado duro para contarlo hoy. Sigo con la enfermedad a diario. Prescindo de lo que me hace daño e intento vivir mejor rodeada. No siempre se consigue, pero hay que ser buena persona y saber que el trabajo sólo es una parte de la vida.

- ¿Cómo era antes?

-Sólo trabajaba. Salía poco a escuchar música, que me transmite más que la pintura. No me gustaba mi relación en el trabajo ni la personal. Cambiar trajo disgustos e incomprensiones, pero gané el 200 por cien. No se puede uno quedar en ruinas.

- Ha tenido becas y premios.

-Ganaba una beca en Ecuador y pedía que me lo cambiaran por un tórculo. Desde la cuadra de la casa de mis padres en Puerto de Vega envié obra por Europa durante 15 años.

- ¿Por qué abrió Decero?

-Dirigía Litografía Viña y empezó a haber precariedades. Se lo dije a Quique, mi estupendo jefe, me entendió y me facilitó la salida. Por eso el taller se llama Decero. Me avalaban 20 años de experiencia y relaciones profesionales, pero es complicado.

- Lleva dos años y medio.

-Sabía que iba a trabajar mucho, pero tanto? Mis compañeras están a brazo partido y, si hay trabajo, no hay horario.

- ¿Qué plazo se da?

-Estoy contenta con cómo va pero si en dos y medio no funciona como quiero no sacrifico mi vida por un proyecto profesional.

- ¿Qué tal trabaja desde Asturias?

-Sólo el 15% de los artistas se quedaban en la región. No sé por qué me quedé: me gusta la naturaleza, el mar y estar cerca de la gente que quiero. Es difícil en cualquier lado. La diferencia es dar calidad. Estoy en que venga cualquiera y vea qué hacemos, no hace falta que compre. No comemos a nadie. Delego las grandes exposiciones para las grandes instituciones que tienen grandes poderes económicos y mentales.

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