Mi madre solía contarme historias sobre mi padre. En la primera que recuerdo, era un príncipe egipcio que quiso casarse con ella y quedarse en Irlanda para siempre, pero su familia lo obligó a volver a su país para desposar a una princesa árabe. Mi madre sabía

contar historias.

Y Tana French también sabe hacerlo. Y muy bien, además. No es casualidad que la crítica más exigente de EEUU considerase Intrusión el mejor thriller de 2016. Con toda justicia porque estamos ante un título redondo del género. Redondo y lleno de ángulos, aristas y curvas que lo hacen imprevisible. Parte de dos premisas aparentemente simples: se produce un crimen. Un crimen inexplicable, nada común. Y nos encontramos con una detective que tiene un lío de mil demonios con sus compañeros. Dos líneas paralelas condenadas a chocar en algún punto. Estamos en Dublín. Zona peligrosa. Conocemos la brigada de homicidios. Alerta roja. Antoinette Conway es nuestra protagonista y lo está pasando de pena porque su trabajo va de mal en peor: casos que no quiere nadie, novatadas humillantes, acoso laboral puro y duro. Pero no estamos ante una detective que se rinda fácilmente. Cuidado con ella: aunque es inexperta, tiene valor de sobra y no se va a dejar arrastrar por nadie. Entonces salta la fiera de las realidades: una mujer bella, Aislinn Murray, aparece muerta en el salón de su casa en el barrio obrero de Stoneybatter, junto a una mesa preparada para una cena para dos, de dos muy unidos, de dos? ¿enamorados? Un golpe en la cabeza y se acabó belleza y romanticismo. Todo parece señalar al novio de la víctima y el resto de los policía está empeñado en dar carpetazo pronto al asunto. Violencia de género, un caso más para el archivo. Pero Antoinette y su compañero, Steve Moran, no. Algo no encaja. Y ahí entra el talento y la habilidad de nuestra autora para meternos de cabeza en la trama y no dejarnos salir de ella indemnes. Porque Intrusión no es solo un magnífico ejercicio de intriga policial llevado con maestría de principio a fin, también es una visita al desasosiego que habita en almas humanas donde las sombras son gélidas y sombrías como un enero encabritado.

French domina el arte de construir personajes de todos los pelajes y hacerlos creíbles con sus identidades llenas de matices y vacías de estereotipos. Y qué bien se le dan las escenas de interrogatorios, cómo maneja la tensión a su antojo para que no se nos ocurra saltarnos ni una sola línea. Que digo una línea, una sola palabra. Un escenario reducido, unos personajes cara a cara, ningún lugar donde esconderse. Combates de palabras. La naturaleza humana, desnuda y a la intemperie. No es casual que French sea, además, actriz: cada movimiento cuenta, cuenta cada mirada. Denle un escenario y ya tenemos obra para representar. La vida es representación: empezando por la familia, siguiendo por el trabajo, terminando en nuestras propias mentiras. Secretos, traumas, acosos y derribos. Instintos de caza y exploración recorren esta novela que hay que recomendar a los amigos. Incluso a los enemigos, qué diablos.

Lo hacen todos los detectives de Homicidios que conozco: tomarse su tiempo para mirar la cara de la víctima. No tiene sentido, al menos para los civiles.