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Devoralibros

Michael Connelly la vuelve a armar

El maestro de la novela policiaca hace un gran despliegue narrativo en "El lado oscuro del adiós"

ADN, 18,00 euros, 392 Págs.

Corrieron desde la posición resguardada de la hierba de elefante hacia la zona de aterrizaje. Cinco de los hombres se posicionaron en torno al helicóptero en ambos lados. Uno de ellos gritó: "¡Vamos!, ¡vamos!, ¡vamos!"; como si alguno necesitara que lo apremiaran y le recordaran que esos eran los segundos más peligrosos de su vida.

Michael Connelly (Filadelfia, 1956) no necesita presentación entre los buenos aficionados al género policíaco, pero quienes no se sepan quién es pueden hacerse una idea si les digo que tiene a sus espaldas una treintena de novelas de éxito, la mayoría de ellas bastante buenas y algunas sobresalientes. Sus series sobre Harry Bosch y el "abogado del Lincoln" han vendido más de sesenta millones de ejemplares en todo el mundo, una cifra más que respetable teniendo en cuenta que Connelly no es un mero churrero de libros sino un autor sólido, riguroso y literariamente muy respetable.

Vayamos a la tensión que nos ocupa ahora: El lado oscuro del adiós. Un título de tintas chandlerianas en el que encontramos a nuestro viejo conocido Harry Bosch disfrutando, o padeciendo, su condición de último investigador privado de California. California no es un lugar cualquiera, como todos sabemos. Soleada, fértil, tierra de promesas, riquezas, belleza y horrores. Lujos y miserias se entrelazan en sus paisajes de opulencia o ruina. Bosch no es un profesional cualquiera. Ni pone anuncios para que lo contrate ni tiene abierta una oficina en la que recibir clientes y despachar asuntos. No va con él. Y no acepta cualquier oferta. Tres décadas en el departamento de policía de Los Ángeles le avalan como un profesional de los pies a la cabeza, y eso tiene sus ventajas y sus inconvenientes en un mundo tan dado a acoger las inmundicias de la humanidad. Tierra de coyotes y asfalto, de ambiciones y podredumbre.

Y le llega un caso. Le llama un magnate. No uno cualquiera. Uno con muchísima pasta. Y de carácter más bien borde. Tiene poco tiempo por delante (nos recuerda a cierto personaje de El sueño eterno) y le acosa un remordimiento. Suele pasar: el dinero sucio no lava conciencias. Ocurre que en sus años mozos se enamoró perdidamente de una chica mexicana. Quedó embarazada. Y desapareció. ¿Qué pasó con ella? ¿Dio a luz? Y si lo hizo, ¿qué pasó con el bebé? Si viviera, el atormentado millonario tendría un heredero. No es moco de pavo. Así que contrata a Bosch. Primero, porque es un buen profesional. Segundo, porque confía en su integridad.

Hay mucho dinero en juego y nuestro detective es consciente de que puede haber muchos intereses en juego que vean con malos ojos sus pesquisas. Pero qué sería de Harry sin riesgos. Y comienza a investigar y pronto se mete en un laberinto donde encuentras restos de su propio pasado. No es un solo trabajo. Es algo personal. Pero Connelly no se conforma con esa trama e introduce otra que le enfrenta a un violador en serie que se sale de lo corriente. Una mente criminal especializada en sembrar el mal que obliga a Bosch a dar lo mejor de sí mismo para pararle los pies. Vamos, que nuestro detective no tiene tiempo aburrirse. Y, desde luego, el lector, absorto y entregado, tampoco.

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