Una pinza, una castaña y un pistacho. Con estos tres objetos creó Joan Miró una escultura monumental, de tres metros y medio de alto, titulada "Personaje". Una pieza que desde este martes, y hasta el próximo 2 de septiembre, recibe a los visitantes a la exposición "Joan Miró: esculturas 1928-1982", que se muestra en el Centro Botín de Santander.

Comisariada por María José Salazar, experta en la obra de Miró, y Joan Punyer Miró, nieto del artista y portavoz de la Successió Miró, la muestra reúne por vez primera una selección significativa de toda la producción escultórica del artista catalán. Una exposición que ha sido posible gracias a la colaboración de numerosas entidades públicas y privadas, así como de coleccionistas particulares, y que sólo se podrá ver en el equipamiento santanderino. En total, se han reunido 94 esculturas, que se exponen junto a 45 de los objetos que Miró usó para inspirarse, así como 26 dibujos, 32 fotos y u vídeo. Un conjunto de materiales con un objetivo definido: profundizar en el proceso creativo del genial artista catalán. "Desde que hace su primera escultura, en 1928, Miró no dejará de trabajar hasta el final de sus días. Y queríamos mostrar todo su proceso creativo, los materiales que usó, las fundiciones con las que trabajó. Porque Miró no fundía con cualquiera: buscaba siempre la que le diera el acabado que él pretendía, una pátina concreta", explica María José Salazar.

La muestra se articula en el privilegiado espacio expositivo del edificio diseñado por Renzo Piano remarcando las etapas creativas de Miró. Sus primeros años, su etapa en el exilio por la guerra, su retorno a España, la consolidación de su estudio y su evolución hacia una escultura monumental. Las dimensiones de algunas piezas, como ese monumental "Personaje", dejan clara la dificultad de montar esta exposición, cuyo recorrido culmina con una explosión de color, con esas esculturas pintadas que Miró abordó por consejo de Alberto Giacometti, y que generaron cierta incomprensión en el ámbito artístico. Quizás fue también la magnitud de la obra pictórica de Miró la que oscureció esta faceta.

Salazar revelaba, durante la visita a la muestra, la reacción primera de Pilar Juncosa, la viuda de Miró, ante su interés por las piezas escultóricas. "¡Si Joan era un chatarrero!", habría afirmado. No dudaba la que habría de ser custodia primera de la obra de su marido de la calidad de las obras, simplemente ponía de relieve un hecho: la predilección del artista por crear sus piezas a partir de cosas cotidianas y objetos encontrados. Esa pinza, esa castaña, ese pistacho. Cuando abre su estudio, en 1957, esa veta creativa toma sentido. "Construirme un gran taller, lleno de esculturas; que al entrar se produzca una fortísima impresión de encontrarse en un mundo nuevo, [...] las esculturas deben parecer monstruos vivientes que habitan en el taller, en un mundo aparte", dejó escrito Miró, en algún momento entre 1941 y 1942. Ahí anidaba ya esa pretensión de monumentalidad que dominará su obra escultóricas ya madura, después de abrir ese taller mallorquín que ansiaba.

Pasados los años, mirando con perspectiva esta producción, esa reutilización de objetos con la que profundiza en la brecha abierta por Duchamp, ha sido quizás lo que ha tenido más repercusión en los creadores posteriores, aunque Miró le dio un sello aún más personal al propiciar la confluencia con una estética pop y al añadirle esos colores tan genuinos. "La gente nunca entendió la obra escultóricas de Miró, porque en cierto sentido era un anti escultor. Pero su obra es la quintaesencia de la poética surrealista, y su producción marca un antes y un después en la escultura del siglo XX", afirma Joan Punyet Miró. Pero al tiempo, añade Salazar, "cuando miro estas obras me parece que estoy ante un autor del siglo XXI".