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Relevo en la presidencia de la Fundación Princesa de Asturias

Luis Fernández-Vega: el oftalmólogo capaz de exprimir el tiempo

El ovetense fue educado en su casa hasta los 8 años, sufrió novatadas en el colegio mayor, llegó a catedrático con 29 años y ha impulsado en la capital asturiana un centro oftalmológico de prestigio internacional

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Luis Fernández-Vega, nuevo presidente de la Fundación Princesa de Asturias

Llega a la presidencia de la Fundación Princesa de Asturias un tipo excepcional. En el sentido literal: hay muy pocos que expriman el tiempo como él, le da tiempo a todo; es casi una excepción.

Revisemos su historial (el externo, el visible para todos, no el clínico) un poco por alto y analicemos si calificar a Luis Fernández-Vega Sanz de persona excepcional es una exageración. Nació en Oviedo, en 1952. Tiene una hermana: Maite. Su padre, Luis Fernández-Vega Diego, era un oftalmólogo muy conocido. Hasta los ocho años, estudió en su propia casa con una profesora particular. A esa edad, salió de la burbuja familiar y se sumergió directamente, sin anestesia, en la enseñanza pública, cuando en Oviedo había varias opciones privadas: empezó la preparatoria en el Instituto Alfonso II, donde cursó todo el Bachiller, hasta PREU. "Siempre he agradecido a mi padre que me llevase a la enseñanza pública, porque me permitió relacionarme con otros tipos de personas que me enriquecieron mucho", sostiene.

Llegó el momento de iniciar la carrera. En Oviedo ya había una Facultad de Medicina, incipiente aún. Pero los caminos trillados no habían sido hechos para él. A Madrid, tercera escala de una trayectoria que comenzó entre algodones, pero que estaba diseñada para curtirlo a base de bien. Lo decidió su padre por consejo del famoso médico Francisco Grande Covián. "En la Universidad Autónoma pedían una nota muy alta, y en PREU empollé como un león y saqué matrícula en todas las asignaturas, en las nueve".

Octubre de 1969. Con 17 años, se fue a vivir al colegio mayor Alfonso X el Sabio. Nada más llegar, conoció los rigores de jugar fuera de casa: "Un residente me preguntó qué hacía allí. '¿Eres hijo de catedrático?', me dijo". Porque aquel colegio mayor era teóricamente para hijos de catedráticos de universidad y de instituto, requisito que no cumplía Luis Fernández-Vega padre. "Le respondí que no. Y entonces dijo: 'Nada, novato, ponte de rodillas'. Y tuve que arrodillarme. 'Empiezo bien', pensé".

Estuvo 13 años en aquel colegio mayor. Entro de estudiante y salió de catedrático. Admite que él también hizo novatadas, pero sobre todo demostró que también en campo ajeno sabía sobreponerse y triunfar. Pero eso exigía aprovechar el tiempo: "Yo salía con todos los demás, pero cuando estaba estudiando, estudiaba. Nunca fui el típico empollón. Salíamos a tomar una copa y yo llegaba al colegio mayor a las dos de la mañana, y me ponía a estudiar hasta las seis de la mañana. Los demás se iban a dormir. También es cierto que bebía como máximo una copa".

He aquí otra característica definitoria: autodominio, disciplina. "Hago dieta mediterránea y, salvo en Navidad, procuro no comer más de la cuenta. Me mantengo más o menos en el mismo peso", declaraba a este periódico el pasado mes de diciembre. En ejercicio físico, aprobado justito: "Me gusta pescar y cazar, más que nada como disculpa para salir al campo. Y los fines de semana paseo con mi mujer". No hay tiempo para más.

Luis Fernández-Vega Sanz no era hijo de catedrático, pero muy pronto decidió que sus hijos sí serían hijos de catedrático. Fue profesor adjunto de la Complutense y jefe de sección con 27 años. Entonces se convocó la plaza de catedrático de Oviedo y se presentó. Y se la armaron (¿se atreverían hoy?). Lo ha contado el propio interesado a LA NUEVA ESPAÑA: "Los tres primeros exámenes los hice muy bien, y entonces el tribunal empezó a ponerme piedras en el camino y a facilitárselo a otro candidato. Al final, el tribunal no me dio ni un voto: incluso hubo gente del público que pataleó. Me dio muchísima rabia, salí de allí con lágrimas en los ojos y con un dolor de cabeza tremendo. Mi padre me llevó al colegio mayor, me tumbé un rato, me di una ducha y me fui a una cena que el que sacó la cátedra daba al tribunal. Me presenté allí, y todos quedaron descolocados. Le di la enhorabuena al que había ganado. Aquello fue un puntal para mí". Así asume la derrota un tipo poco común.

Al cabo de un año, se convocó otra cátedra, la de La Laguna. La ganó, fue a tomar posesión, y al cabo de un mes salió a concurso de traslado la cátedra de Oviedo porque el que la había sacado se fue a Murcia. Ya estaba de vuelta en Oviedo, y como catedrático.

Se incorporó a la cátedra de Oviedo, que llevaba como regalo la jefatura del servicio de Oftalmología del Hospital General de Asturias. Como consecuencia de la fusión de hospitales, terminó convirtiéndose en jefe de la especialidad del conjunto del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA). No contento, se sumó al equipo de su padre y de su tío Álvaro en la clínica familiar. Su jornada laboral apenas conoce treguas: "Mis primos y yo hacemos lo que hemos visto en casa. Mi padre trabajaba trece horas al día. Nosotros trabajamos diez u once horas, y a medida que pasan los años trabajas un poco menos. Para una clínica como la nuestra es imprescindible funcionar así". Luego están la docencia, la formación continuada y la investigación. Recientemente, y por partida doble, ha sido incluido entre los médicos más influyentes de España.

Cuando la tercera generación de la saga Fernández-Vega se jubiló, él asumió el timón de la cuarta, a la que ha llevado a un liderazgo nacional, con prestigio internacional, con la puesta en marcha del Instituto Oftalmológico Fernández-Vega, en la falda del monte Naranco, en Oviedo.

Luis Fernández-Vega Sanz tiene un puñado de cualidades muy notables. Una de las más visibles es el don de gentes. En cualquier acto multitudinario que organice, está capacitado para que varias decenas de invitados se sientan destinatarios distinguidos de sus atenciones. Afirma que recibe en su teléfono móvil entre doce y catorce llamadas diarias. "Filtro muchas y recibo muchísimas a través de mi secretaria", confiesa. En realidad, tal es el trasiego que dispone de dos secretarias.

Casado con la abogada Victoria Cueto-Felgueroso Botas -todo un portento en el saber estar y el saber decir-, el matrimonio tiene dos hijos, Luis y Andrés. El mayor está en la fase final de su formación. La quinta generación de oftalmólogos Fernández-Vega ya está velando armas.

Luis Fernández-Vega Sanz no es hombre de estar para figurar. Está y ejerce, y en la Fundación Princesa pronto lo experimentarán. Sirva de ejemplo su modo de llevar el Instituto Oftalmológico: "Yo me reúno con los gestores todos los días. Hay quien me acusa de reunirme demasiado y de controlarlo todo. En realidad, sí delego, pero me gusta estar informado de lo que ocurre". Se acabó, si es que la hubo, la figura del presidente lejano y ausente.

Con los años, ha ganado en soltura, en libertad de expresión. Por ejemplo, ha sido capaz de declarar a un periódico -en concreto, a éste- que dirigir una empresa familiar como la suya "requiere mucha flexibilidad y una cosa importante: generosidad, que yo a veces no la tengo, pero me estimulo y me estimulan para tenerla". Es bastante infrecuente que una persona de trayectoria brillante admita que el zapato le aprieta en la zona de la humildad, donde precisamente aprieta a casi todo bicho viviente. Un dato más que hace a Fernández-Vega un tipo inusual, una rara avis que también reconoce que tiene pocos amigos: "Media docena, no muchos más". ¿Dónde? "Más en Madrid que en Oviedo".

El famoso oftalmólogo, el oculista miope que usa gafas y no quiere operarse porque sus dos dioptrías "me permiten ver muy bien de cerca, hasta tal punto que incluso opero sin gafas", suma a su mochila, ya repleta de obligaciones, una carga adicional. Le gustan los retos y no lo disimula. Hasta ahora no tenía tiempo, y en adelante lo sacará de algún sitio. Una dosis más de disciplina para exprimir la jornada. A los tipos inusuales no les asustan los desafíos, aunque les lleguen a una edad a la que otros prefieren, con todo merecimiento, rendir culto a "San Imserso" en las playas de Canarias o del Mediterráneo.

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