La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

¿Me hablas a mí?

Las películas de Scorsese, Premio "Princesa de Asturias" de las Artes, están cargadas de imágenes perturbadoras e inolvidables

Francis Ford Coppola, Woody Allen y Martin Scorsese, en la presentación de "Historias de Nueva York" (1989).

Solo he aplaudido una vez al final de una película. Estaba solo en la sala. Sesión continua. Reestreno. Madrid, años 80. Frío en las calles, fuego y vapores de asfalto en la pantalla: Taxi Driver. Alucinando en dolores de neón. De Niro se había cargado a unos cuantos delincuentes de poca monta y esperaba malherido en un sofá, llegaba la policía a cámara lenta, plano clavado en el techo, mirada ida, cabeza rapada, dedo ensangrentado apuntando a la sien, "bang", escupía con humor letal. Había luego un ambiguo epílogo pero el final de verdad era ese. Aplaudí. Fue mi primera cita a ciegas con el cine de Scorsese. El destino es a veces comprensivo y quince días después empezaba una retrospectiva de Scorsese en la Filmoteca, copias infames para imágenes abrumadoras. Y me quedé boquiabierto con su debut de presupuesto mísero en El tren de Bertha, que terminaba con una premonitoria crucifixión que dejaba bien claras las oscuras pulsiones religiosas (fe, duda, culpa, redención) que cruzarían su carrera. Si el cine es un volcán de momentos, Scorsese ha inundado nuestra memoria de lava que nos noquea con imágenes perturbadoras e inolvidables. El boxeador destrozado (crucificado) que aguanta en la lona una paliza mortal y purificadora, el cómico secuestrado que en la vida real no tiene maldita gracia, el pobre desgraciado perdido en las calles enemigas de la ciudad a medianoche, el enamorado que decide al final no reencontrarse con la mujer de sus sueños, la suciedad en las malas calles, el asesino que juega al dedo y el ratón con la hija de su enemigo, la pelea a hachazos sobre la nieve en un Nueva York recién nacido, los aullidos de lobos engominados.

Incluso sus películas menos logradas o abiertamente fallidas ( Shutter Island) tienen instantes sobrecogedores, golpes de genio, pantallazos que siempre se recordarán aunque hayas olvidado la historia. Scorsese no necesita firmar sus películas: bastan unos minutos para reconocer cómo las filma. Además, ese adicto cine de cualquier nacionalidad desde la niñez, es también un guía extraordinario en libros y documentales. Sus reflexiones son sagaces, lúcidas, entusiastas sin perder la capacidad de análisis, de ver más allá. Y su lucha por preservar el patrimonio del cine es admirable.

Menos mal que el premio llega a tiempo para honrar a un cineasta que te noquea en sus mejores combates. Y dentro de unos meses lo tendremos en Asturias gracias a un jurado que no se ha dejado llevar por las cadencias (Coppola está reciente) y solo se fijó en el arte. El arte de un púgil que aguanta a pie firme en el ring de las malas calles, y que, parafraseando la famosa frase del enloquecido taxista, me habla a mí con su cine. Y a ti. Y a todos. ¿Aplaudimos?

Compartir el artículo

stats