Un océano y siete horas separan Oviedo de Bogotá. Eran en España las 11.40 de la mañana cuando la Fundación Princesa de Asturias llamó a la periodista Alma Guillermoprieto (Ciudad de México, 1949) para decirle que un jurado presidido por Víctor García de la Concha le había concedido el premio de Comunicación y Humanidades. En la capital de Colombia el reloj marcaba las 4.40. "Ha sido la mejor manera de despertar del mundo", señaló poco después la reportera mexicana, afincada en Bogotá, en conversación telefónica con LA NUEVA ESPAÑA.

Su primer amor fue la danza. Siendo adolescente se trasladó con su madre a Nueva York, donde estudió danza moderna, y ya en 1969 se instaló en La Habana, donde ejercía como profesora en la Escuela Nacional de Arte. En Cuba veló sus primeras armas como periodista, oficio al que se dedica desde 1978, como "freelance". En 1979 cubrió para la cabecera británica "The Guardian" la insurrección militar de Nicaragua, y en 1982, trabajando para "The Washington Post", fue una de las periodistas que destapó la masacre de civiles de El Mozote (El Salvador). Muy próxima a Gabriel García Márquez, el premio "Nobel" la invitó, en 1995, al taller inaugural de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI).

El premio reconoce, tal y como consta en el acta del jurado, "larga trayectoria profesional" y el "profundo conocimiento de la compleja realidad de Iberoamérica", que Guillermoprieto "ha transmitido con enorme coraje, también el en ámbito de la comunicación anglosajona", lo que le ha permitido tender puentes en todo el continente americano. "Con una escritura clara, rotunda y comprometida, Alma Guillermoprieto representa los mejores valores del periodismo en la sociedad contemporánea", destaca el acta. Algunos miembros del jurado destacaron, tras la lectura el acta, que Guillermoprieto es apenas la tercera mujer en lograr este reconocimiento, aunque la premiada destaca otra vertiente del galardón: "Habría que mirar cuántos reporteros lo han ganado antes". Es la primera de las reflexiones sobre el oficio, esbozadas mientras amanece en Bogotá el Día Mundial de la Libertad de Prensa.

- ¿Qué supone para usted recibir este premio?

-Es una emoción muy muy grande e inesperada. Pero también pienso que es una gran responsabilidad, ante la que espero estar a la altura.

- Se inició usted como bailarina.

-Empecé en la danza, sí. Pero tengo ya muchos años, y esto fue hace muchos muchos años. He tenido una vida maravillosa, la verdad.

- ¿Cómo llegó al periodismo?

-Ni yo misma lo sé, la vida es un largo accidente y así, de combo en combo, acabé siendo reportera. No sabría decir cómo, pero pasaron bastantes años entre la danza y que yo pasara a escribir en Centroamérica. Empecé como "stringer" (corresponsal autónoma) en "Latin American Newsletter" y "The Guardian". No me pareció que estaba cogiendo un oficio, sino que aprovechaba una oportunidad de ver el mundo en ese momento. Ahí me fui quedando, y hasta el día de hoy.

- Sus primeros años en el oficio fueron en Centroamérica, a finales de la década de 1970, en unos momentos convulsos.

-Fue un aprendizaje a vapor sobre el oficio, pero también sobre el poder, la maldad humana y el heroísmo de la gente que no tiene nada.

- Han pasado cuarenta años, pero la violencia y la inestabilidad siguen presentes en países como México o Venezuela.

-O como Nicaragua, que está convulsionada otra vez y viviendo la misma historia trágica. Espero que ese no sea su destino. Pero me parece asombroso que esté yo, cuarenta años después, leyendo sobre los mismos horrores.

- ¿Qué piensa al ver esta situación?

-Que ante los cambios muy acelerados del mundo, los pueblos se asustan y buscan líderes que les hagan promesas y les ofrezcan soluciones fáciles. Y eso lleva siempre a la derechización extrema o al populismo delirante. Y también resurge el nacionalismo extremo.

- ¿Cómo ve la situación de Cuba? ¿Estamos ante un cambio histórico?

-No sé si lo de Cuba es un cambio histórico o una transición sin mayores traumas. Espero con todo mi corazón que se trate de lo segundo.