La pianista portuguesa Maria João Pires se despidió a lo grande de Oviedo. En el que fue su último concierto en la ciudad, si no da marcha atrás en su anunciada intención de retirarse dentro de dos meses, la pianista deleitó al público que llenaba el Auditorio en la tarde noche de ayer, donde actuó junto a la Orquesta de París y su director titular, Daniel Harding.

Su interpretación del Concierto para piano y orquesta n.º 3 de Beethoven fue sinónimo de la delicadeza llevada a la máxima expresión. A sus 73 años, y casi como un acto de plena madurez artística, se centró plenamente en el aspecto musical, rehuyendo cualquier ademán exagerado.

Pires se mantuvo casi siempre dentro de unas dinámicas sonoras pequeñas pero sonoras al mismo tiempo. Rehuyó en todo momento la sonoridad grandiosa con la que tanto se asocia la música de Beethoven para dar una visión más íntima. Con ello condicionó a la Orquesta Sinfónica de París, que tuvo que adaptar las dinámicas del acompañamiento y lo logró con éxito.

El sonido de Pires se caracterizó por su gran delicadeza, algo que se materializó muy especialmente en el segundo movimiento, muy íntimo. Parecía estar cantando cada nota por el modo de apoyarse a la hora de construir las frases, siempre muy dirigidas. El aspecto virtuosístico de su intervención no quedó tampoco destendido, ya que los pasajes de gran agilidad se entendieron a la perfección. Como propina, y tras la insistencia del público que prorrompía en una enorme ovación, Pires interpretó el segundo movimiento de la Sonata para piano n.º 8, también de Beethoven, conocida como "Patética". Al término, el público la despedía más enfervorecido si cabe, con un atronador aplauso.

La segunda parte fue para la Orquesta de París y Harding, que interpretaron la Sinfonía n.º3 de Brahms. Su visión de esta obra fue muy personal; flexible en cuanto al tempo, con un cierto viso romántico. Jugó enormemente con los contrastes dinámicos y presentó un sonido compacto y con buen balance, que no obstante se alejaron de las interpretaciones canónicas de esta partitura. El público también alabó su actuación con una sonora ovación, y como propina interpretaron "Nimrod", de las Variaciones Enigma de Elgar. Destacó por la atención prestada a los bajos y su enorme grado de intimismo. Al término el Auditorio ovacionaba entusiasmado.