"El día que me traigan una prueba contra el obispo Barros, ahí voy a hablar. No hay una sola prueba en contra, todo es calumnia". Con esta rotundidad defendió el Papa Francisco, hace apenas cuatro meses, la honorabilidad del obispo de Osorno ante las denuncias de que había encubierto los abusos a menores cometidos por Fernando Karadima. El contexto era el viaje apostólico que Bergoglio realizó a Chile y Perú, el pasado enero. El arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, acudió a ese viaje, a su paso por Perú, en representación de la Conferencia Episcopal Española.

Durante su estancia en Latinoamérica, el Papa cerró filas con el obispo. Pero la intensidad de las protestas le hizo sospechar, y acto seguido mandó a su mejor investigador a comprobar si eran veraces los sucesivos informes que le remitían desde Chile descartando el encubrimiento y toda responsabilidad episcopal. El sabueso enviado por el Vaticano era nada menos que Charles Scicluna, obispo de nacionalidad maltesa y auténtico experto en rastrear casos de abusos sexuales. Scicluna fue, sin ir más lejos, quien investigó los abusos sexuales cometidos por Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo.

Las investigaciones de Scicluna constataron la veracidad de los abusos, como también el ocultamiento activo. El consiguiente informe motivó la indignación de Francisco, que primero se reunió en el Vaticano con tres víctimas de Karadima -Juan Carlos Cruz, José Andrés Murillo y James Hamilton- a quienes pidió perdón. Pero la reacción de Bergoglio no se limitó al ámbito de lo simbólico. Citó a la totalidad de la cúpula eclesiástica chilena al Vaticano para discutir, cara a cara, el asunto. A su llegada, el martes, lo primero que hizo Francisco fue enviar a los obispos a rezar. Después llegarían las reuniones, con un acta de acusación en el que el Papa condena la "inmoralidad" de la conducta de los obispos, a los que hizo saber de sus intenciones de acabar con "el sistema" de abusos pedófilos y encubrimientos.