Arrancamos así: bucólicamente. Belleza, sosiego, Naturaleza en estado puro. Un paisaje virginal en Quebec. Canadá. El monasterio de Saint-Gilbert-Entre-les-Loups se alza, enigmático e inquietante, junto a un lago. Hay bosques que hacen las veces de frontera. De barrera, tal vez. En ese lugar viven dos docenas de monjes de clausura. Su misión en la vida no es otra que la contemplación. Así que no pueden estar en mejor sitio. Sus ocupaciones son sencillas, humildes, tranquilas. Cultivar un huerto a la vez que el alma, recoger los frutos del bosque. Es su forma de abastecerse y no necesitar del mundo exterior. Y cantan. Es una contradicción interesante: quienes han hecho voto de silencio se han ganado un merecido prestigio por sus salmodias gloriosas del canto gregoriano. Tan bien lo hacen, con tanto sentimiento y armonía, que su canto es conocido como Un bello misterio.

Ahí vamos: esos monjes encerrados a cal y canto, que nunca han dejado entrar en sus dominios a extraños, se encuentran de repente con una visita inesperada: los inspectores Armand Gamache y Jean-Guy Beauvoir. La razón de ese cambio radical que desordena la orden se puede adivinar dada la profesión de los visitantes. Ha muerto el hermano Mathieu, prior y maestro del coro. Ha muerto asesinado. Golpeado en el cráneo. Y pronto nos daremos cuenta de que esa aparente armonía de la comunidad era falsa, un engaño. Que tras el silencio se esconden secretos, intrigas, sombras. Infiernos en el paraíso. Si las grietas aparecen en la congregación, en los forasteros también hay motivos para el desasosiego. Por ejemplo, Gamache, un personaje lleno de claroscuros a los que no conviene dar la espalda. Louise Penny había dejado bien claro en Enterrad a los muertos, Una revelación brutal y El juego de la luz que es una autora muy especial. Que las fórmulas tradicionales del género negro le quedan pequeñas y las enriquece y engrandece con un poderoso e inconfundible estilo, evocador y preciso, que informa y a la vez se adentra en la psicología de los personajes sin abandonar nunca una honda preocupación por trasladar emociones veraces al lector. Haciendo honor a su título, esta bella novela nunca decae en su intento de construir una atmósfera poderosa por la que mover a unos personajes imprevisibles, repletos de aristas y esquinas por las que dobla el alma humana. Realmente, lo que importa sobre todo es cómo acecha a los habitantes de la trama más que resolver el misterio, cómo describe escenarios y cómo se sirve de la música para expresar sensaciones que van más allá de lo meramente sensorial, que se adentran en lo más profundo del alma humana para indagar en ella sobre los grandes asuntos que nos conciernen a todos. El dolor, la culpa, el arrepentimiento, la fe y... tantas otras cosas.

Por cierto: "Los enemigos del hombre serán los de su propia casa", Mateo 10:36. Avisados estamos.