Como a su querido Machado, al poeta Ángel González le hubiera gustado oír recitar sus versos a los niños de las escuelas populares. La que lleva su nombre envió ayer al Pleno del Ayuntamiento a Claudia Granados y Pelayo González, de sexto de Primaria, que ofrecieron dos caras de su poética. La más nostálgica y la más escéptica. Fue, quizá, no de los momentos más emocionantes del nombramiento, a título póstumo, de hijo predilecto de Oviedo para el gran poeta de los cincuenta, dentro de un acto, por lo demás sencillo y sin estridencias, lleno de amigos y de buenas palabras. Con este reconocimiento, resumió su viuda, Susana Rivera, "Ángel ya está aquí".

Ni siquiera la ausencia de planes de futuro para esa supuesta fundación que iba a llevar su nombre y de la que el Ayuntamiento podría haberse encargado tuvo peso ni presencia en el acto. Unas pocas palabras del Alcalde, finalizado todo, descartaron que ese asunto esté sobre la mesa. Rivera tampoco aludió a esas cuestiones.

De lo que se habló en el salón de plenos, en presencia de muchos amigos de Ángel González, desde el político socialista Antonio Masip al escritor Miguel Munárriz, la catedrática Josefina Martínez, el pintor Jaime Herrero o su amigo José Luis Suárez "Pimpe", fue de Ángel González y Oviedo. Se glosó lo tantas veces dicho: el espejismo de los años dorados de la infancia y el cruel despertar a la atrocidad de la guerra que él tan bien retrató en "Ciudad cero". Y luego el progresivo distanciamiento hasta los regresos cíclicos a la que siempre consideró su tierra.

La catedrática de Literatura en Baleares María Payeras Grau, experta en la materia, encargada ayer de trazar el perfil del homenajeado, lo resumió con una hermosa metáfora, la de un "un desarrollo vital que se fue fraguando en ondas que lo alejaron de su origen". Ese desplazamiento desde Oviedo a lo más alejado, contó, comenzó con la Guerra, el exilio y la muerte de la familia, los años en León y "el hombre solo" buscando la escurridiza seguridad laboral en una gris ocupación.

Contó Payeras el encuentro con Bousoño y Aleixandre y las ayudas para entrar en contacto con Barral y compañía. El compromiso político y la primera vez que llega a América, que desde 1972 volvería a distanciarle un poco más de la tierra que le vio nacer, al establecerse como profesor universitario en Albuquerque, Nuevo México. En todo caso, "que el poeta se alejara de su tierra no quiere decir que su tierra se alejara de él", concluyó Payeras. Efectivamente, aquí regresó una y otra vez. Esa dependencia la contó magistralmente él mismo en el programa de Televisión Española "Ésta es mi tierra", y ayer, su viuda, Susana Rivera, leyó los parlamentos de ese programa para recordar lo que Ángel González sentía por Oviedo, una pasión de recuerdo infantil en que la libertad no entendía de tiempos y el mundo todavía podía ser imaginado cada día.

A esas preguntas, qué era Oviedo para Ángel González, y la contraria, qué era Ángel para Oviedo, trató de contestar también el alcalde, Wenceslao López, quien recordó que este reconocimiento se suma a los previos de dar su nombre a una plaza y un colegio.

Pero hasta ahora no había llegado el reconocimiento de hijo predilecto. Susana Rivera, que al hilo de la polémica sobre la fundación que iba a llevar su nombre llegó a enfrentarse con el Ayuntamiento, ayer no quiso polemizar y prefirió impregnarse de esa irónica resignación que acompañaba a su pareja. "Como siempre decía Ángel, nunca es tarde", resumió antes de leer las palabras dedicadas a su ciudad.

El recuerdo de esos días de sol raros, casi imposibles, de la infancia, que el adulto Ángel conservó en su memoria, quedaron flotando en el salón de plenos como si también, la ciudad y el momento fueran otros. No una tarde de bochorno y chaparrón. Sí una mañana luminosa y cálida.