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La Espuma De Las Horas

La misión cumplida de Philip Roth

El último titán de las letras americanas escribió su propio destino como si el tiempo acechara a su obra

Philip Roth.

Se suele decir que Philip Roth emprendió una segunda fase literaria tardía con "El teatro de Sabbath" (1995), un año después de haberse cumplido el vigésimo quinto aniversario de "El mal de Portnoy" (1969), su gran bomba de testosterona. ¿Sintió que aún le quedaban once novelas por escribir hasta completar la obra de su vida? Es muy probable.

En la tradición judía, la vida se representa en una lista divina encerrada en un libro. En Rosh Hashaná, el año nuevo, está escrito quién vivirá y quién morirá, y en Yom Kipur, el día del juicio final, permanece sellado. Cuando Roth se retiró, en 2012, escribió su propio destino. Hasta ese momento, su productividad delata a alguien que tiene una misión encomendada que cumplir. Lo que había sido llamado a hacer, Roth lo hizo. Sus libros llegaron de manera constante y continua a los lectores. Desde "Goodbye, Columbus" (1959) en adelante todo parece pautado. El tiempo acecha.

"El mal de Portnoy" está escrita con una clara y hasta tumescente falta de inhibición, sin embargo no surgió tan fácilmente como a simple vista podría parecer. Roth había escrito muchos borradores largos centrados en las obsesiones sexuales de un niño judío neurótico, pero ninguno se ajustaba realmente a lo que quería. Finalmente, se las ingenió para que su protagonista le contara los problemas a un psiquiatra. La novela vino al mundo como una confesión psicoanalítica fálica. Acto seguido, la tortura autocontemplativa cambió de sentido. De Alexander Portnoy al Nathan Zuckerman de "La visita al Maestro" (1979) era como ser transportados al claustro de un convento después de una noche en un club de alterne. Todo libro contiene arrebatos de gran comedia en la bibliografía de Roth pero ninguno puede considerarse como la broma de un autor que se tomaba a sí mismo muy en serio.

Escribir ficción es, en cierto modo, jugar a ser Dios. Los novelistas traen un nuevo mundo a la existencia y lo pueblan de almas cuyos destinos se doblegan a la voluntad del creador. Roth doblegó, además, el tiempo y la realidad; comenzó a excavar en la historia de Estados Unidos para extraer petróleo y cubrió de nuevo la línea de puntos de su destino literario bajo los ideales de la gran novela americana. Más tarde, durante años, escribió sobre la muerte, y algunas palabras eran tan claras y hermosas que cualquiera las hubiera querido de epitafio. El final, aunque requiere poca retórica, resulta inmenso desde una visión poética como la suya.

Roth pasó gran parte de su vida describiendo la muerte, discutiendo, bromeando, maldiciendo y bendiciéndola. Saul Bellow, decía que ningún escritor debería morir mientras tenga un libro entre manos, y en realidad ninguno muere si su obra cuenta con un lector. La obsesión por la muerte le llevó a seguir escribiendo con el fin probablemente de exorcizarla. Tras sesenta años de producción literaria, con "Némesis", la obra que completa su cuarteto de meditaciones sombrías sobre la mortalidad, después de "Elegía", "Indignación" y "La humillación", decidió por fin retirarse. No escribía pero aún le quedaba mucho que contar. Se instaló en la vida cómoda de un jubilado del Upper West Side, visitando amigos, yendo a conciertos, viendo partidos de béisbol, y regresando a la ciudad desde su granja del siglo XVIII de Connecticut, en los inviernos, para no volverse loco de soledad en compañía de las marmotas.

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