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La Espuma De Las Horas

La dulce ciencia de los moratones

A. J. Liebling, legendario periodista y gourmand, escribió el mejor libro sobre boxeo de todos los tiempos

La dulce ciencia de los moratones

El gordo Abbott Joseph Liebling es uno de mis héroes. Nadie en la historia escribió como él sobre boxeo, que no es el deporte que más me gusta pero sí el que más horas de placer me ha proporcionado a través de la literatura y del cine. A. J. Liebling amaba las peleas y a Stendhal. Era un glotón pero también un gastrónomo, un corresponsal de guerra diletante y a la vez intrépido, además de un aclamado cronista del "New Yorker", donde se publicó la mayor parte de su repertorio clásico. Asimismo es autor de algunas de las frases más demoledoras acerca del periodismo: "La libertad de prensa pertenece a aquel que posee una". O "la gente generalmente confunde lo que leen en los periódicos con las noticias". Un severo crítico y un dios alegre entre los escritores de boxeo, que él calificó como "la dulce ciencia de los moratones". Gracias a Capitán Swing, disponemos de una buena versión española de sus piezas reunidas sobre el mundo del cuadrilátero.

La dulce ciencia se centra en los viajes personales de Liebling a los combates de boxeo. Incluye los instantes previos, los entrenamientos y sus juicios preliminares sobre la pelea. Conduce al lector al ring, describe el tráfico de la ciudad, sus conversaciones con los taxistas a lo largo del camino y cualquier comida notable que haya tenido mientras tanto; cuenta la pelea a su manera y analiza las consecuencias. Los ensayos, publicados por el "New Yorker" contienen además, gracias al amplio espacio dedicado, estupendas digresiones laberínticas sobre la historia, la cultura y el pensamiento, y combinan la exploración psicológica y la crítica de arte. En ellas figura el ascenso de Rocky Marciano y la caída de todos los que mandó a la lona, y hay estupendas subtramas, como la del regreso de Sugar Ray Robinson, tras su declive.

Liebling nació en 1904 en Nueva York. Pronto mostró una inclinación por los trajes a medida y el entretenimiento de todo tipo: la gran literatura, por un lado, el ocio de los bajos fondos, por otro. Todos los que lo conocieron recuerdan de él estos dos rasgos de identidad contrapuestos, un singular cóctel para un tipo diferente. A su educación clásica sumaba su afición por las bromas callejeras, alternaba la buena comida de los restaurantes más refinados con las compañías vulgares. Fue expulsado del Dartmouth College y despedido por el "New York Times" debido a su actitud bohemia y a la insistencia en escribir historias de mala vida que, según los editores, afectaban a la reputación del respetable rotativo neoyorquino.

Durante la primera mitad del siglo XX en los Estados Unidos, el boxeo era, junto con el béisbol, el gran pasatiempo de los americanos. Un deporte fundamental para una nación de individualistas. Liebling aprendió a boxear desde niño y continuó entrenando mucho después de que su circunferencia superase su capacidad de resistencia atlética. Enarbolaba fe: "Un púgil, al igual que un escritor, tiene que defenderse por sí mismo. Si pierde, no puede convocar a una reunión ejecutiva y escudarse en un vicepresidente o en el asistente del director de ventas. La hostilidad de un luchador no se canaliza hacia su interior, como la del jugador de tenis de los domingos o la de la señora de un congresista. Sale naturalmente con el sudor, y cuando termina su trabajo, el boxeador se siente bien porque se ha expresado".

Defendía al boxeo de las campañas orquestadas en su contra por los detractores. Siempre existieron. "Si un novelista que se alimenta exclusivamente de los corazones de manzana obtuviese el Premio Nobel, los vegetarianos se encargarían de difundir que ese alimento repulsivo le ha fortalecido el cerebro. Pero cuando el premio es para Hemingway, que durante años fue un boxeador no particularmente evasivo, nadie se levanta para subrayar que la percusión en su cabeza parece haber estimulado su intelecto". Y citaba a Albert Camus que también había practicado el intercambio de golpes en los cuadriláteros.

Estas tesis figuran en la introducción de La dulce ciencia, que garantizó a Liebling un lugar en los corazones de los aficionados al pugilismo. Un libro valioso para analizar el significado de este deporte y también para tomar prestada aquella frase del "San Francisco Chronicle" donde se resumía que el boxeo, por su naturaleza y la naturaleza de los escritores, inspiró más literatura que cualquier otro deporte o pasatiempo, con las probables excepciones del amor y de la guerra.

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