El Palermo apenas dedicó unas horas al compromiso de ayer. Llego en un chárter, descanso en el hotel, se marcó un tour por El Molinón, como tantos turistas que visitan la ciudad, y regresó en vuelo privado a Sicilia. Tiempo suficiente para disparar la euforia en El Molinón. A nadie le pasó desapercibida la pobre imagen ofrecida por el conjunto italiano, pero el Sporting supo sacar provecho y jugar su partido.

Liberados de presión, los futbolistas rojiblancos trenzaron un fútbol combinativo y profundo, sacaron centros y buscaron el remate. Se dejó ver Mendi, muy activo en el segundo tiempo. Marcó un gol anulado por fuera de juego y posteriormente otro que si subió al marcador. Mostró un especial instinto para pescar balones sueltos por el área.

El debutante Omar Mascarell fue recibido por aplausos con la inercia de la ovación cerrada a Nacho Cases en el relevo entre ellos. El tinerfeño dejó detalles que invitan al optimismo, aunque aún tiene que coger el ritmo que lucieron ayer sus compañeros.

Con el trofeo en el bolsillo, el Sporting aflojó el ritmo. Tampoco se trataba de destrozar a un visitante amable. La segunda parte se convirtió en un bodrio que aburrió a las piedras, hasta el punto de que el gol del honor italiano pasó desapercibido. Un mal centro de Hiljemark cruzó el área hasta que Quaison lo remachó en el segundo palo. Todo el campo, sorprendido por la posición del goleador, se giró hacia el asistente, que ya corría hacia el centro del campo. Quaison salvó la honra siciliana.

El Sporting suma otro trofeo a su vitrina y deja sensaciones positivas que hay que valorar con la frialdad conveniente. El partido de ayer fue una fiesta para celebrar el regreso a Primera, un homenaje a los guajes y al Pitu, pregonero de lujo, y un mensaje al sportinguismo para que crea en un equipo que se ha preparado para competir con los grandes.